NO sé de qué moriré primero, si de aburrimiento o
escupiendo mis pulmones.
El aburrimiento tiene la misma raíz que la
inconstancia, tal como dijo Blaise Pascal: La consciencia de la futilidad de
los propios actos. ¿Cómo los actos
pueden ser inútiles? Muy fácil: La
indiferencia patriarcal. Siempre llega
el momento en que todo ha fracasado, salvo el genocidio; en que todos los
ideales han sido traicionados y son inútiles.
Cuando eso sucede, la sociedad, la Civilización cae como peso muerto,
pues son los ideales los que mantienen en forma a los seres humanos, como decía
el viejo Pepe.
De ahí que mi axioma básico sea aplicable a
todo el Reality social: Mientras más se
habla de algo, ese algo menos existe.
En este tema específico se declina de la siguiente manera: Mientras
más se habla de la puta felicidad, menos felices podemos ser.
Resumen de Idea de la Felicidad, en el ensayo
acerca de Pío Baroja del viejo Pepe: La Felicidad es la conversión de la
potencialidad en acto. Sólo es feliz un
ser humano cuando puede verter su ser en el mundo circundante. De ahí que la felicidad NO dependa del
individuo, sino de la sociedad en que le tocó nacer. Una sociedad que NO acepta lo que el ser
humano tiene para dar, es una sociedad en la cual NO se puede ser feliz. De ello nace la pregunta que muchos artistas
han hecho de diferentes maneras: ¿Dios,
por qué me hiciste artista en una sociedad totalmente impermeable al arte?
Esa pregunta puede reformularse por cada tipo
de vocación sincera, profunda que tenga el ser humano. Cuando niño, me dijeron que la vocación es
el llamado que Dios hace directamente al alma de cada uno, puesto que ha dotado
a cada alma de distintas capacidades: los famosos talentos del evangelio. He ahí la causa de la absoluta infelicidad
que nos aqueja a los seres individuados, usando el concepto jungiano. Cuando eres “tú mismo”, por usar la jerga
vulgar, ya no hay espacio para falsificaciones y todo lo social, por el sólo
hecho de ser impersonal, es una abstracción que no corresponde con ser humano
alguno, en específico, sino en general. Como ser individuo es ser de una manera específica,
adaptarse a los lugares comunes que constituyen toda vida social,
es una íntima falsificación. Como se
ve, la falsificación es el movimiento contrario al descrito en La Felicidad.
La Felicidad consiste en ir de la interioridad
a la exterioridad; la falsificación es hacer de la interioridad una
exterioridad. La felicidad es expresar;
la falsificación es introyectar. Para
hacer de algo lo contrario, es necesario destruir lo primero para trasplantar
lo segundo en el espacio ya vacío. De
ahí que haya una falsa felicidad, genérica, social. El coyote viejo, Q.E.P.D., tiene algo que
decirnos al respecto:
Yo creo que si el mundo de hoy es aterrador es
porque se ha convertido, precisamente, en un terreno favorable al desarrollo de
las utopías. Por todas partes en el mundo brotan las multinacionales, organismos sin origen ni
lugar, utopías sin futuro, a veces incluso sin razón de ser. Un día fabrican golosinas, al día siguiente
se transforman en compañías trasatlánticas, y, en el curso de una sola semana,
invaden el mundo con trasatlánticos cargados de golosinas. Algunas han sido creadas para hacer dinero,
otras, como las fuerzas armadas de las Naciones Unidas, creadas para el socorro
de civiles en determinadas circunstancias, trabajan a pérdida. Algunas otras son esencialmente
profilácticas. Otras tantas, como la
Iglesia, militan a favor del Bien.
Otras aún –como un cierto Hollywood– predican el Mal. Todas
son utópicas, todas creen que la felicidad es la orquestación de
disposiciones plebiscitadas como buenas. Para tales utopías, un hombre feliz es un
hombre que se dice feliz y al que todos creen lo que dice. ¿Por qué se le cree? Porque su felicidad tiene causas
explicables, como son la posesión de una camisa, el aroma de un perfume, el
espectáculo de un incendio o el de una historia que le acaban de contar en
imágenes.
Las
reglas que gobiernan el cine (digamos, Hollywood) son idénticas al simulacro
que es la vida en nuestros días. Esta utopía acaba por reformular la idea de
salvación, cuya versión más perfecta se halla en la aplicación de la teoría de
conflicto central: mientras más sacrifique usted a la lógica narrativa o a la Energeia,
más posibilidades tendrá de salvarse.
Reglas que han encontrado a menudo su inspiración en ciertos juegos
venidos de la Grecia antigua, en los que predominaban el azar y el
vértigo. Incluso hemos resucitado
juegos que habían caído en el olvido.
Juegos de resistencia al dolor –la prueba de la tortura– y juegos de
sobrevivencia[1]. En esta Olimpiadas
permanentes, los miembros de la Ciudad Ideal son azuzados sin cesar los unos
contra los otros para un combate singular.
Cada movimiento, cada intención son objeto de evaluación. Los
otros, los no ciudadanos, la mayoría, vegetan como parias.
El
mundo utópico no desemboca en la realización de tales o cuales aspiraciones
humanas, sino en su desrrealización. Es
un mundo que ha vuelto irreal al hombre mismo.
Raúl Ruiz. Poética del cine.
¿Qué pasa cuando estas disposiciones plebiscitadas
imperan? Dejan de cuestionarse, se
obedecen, es decir, se introyectan, haciendo de la vida un simulacro, algo que
aparenta vivir. Es decir, la vida, de
ser la expresión de pensamientos y sentimientos verdaderamente propios, pasa a
ser la mera repetición de un guión escrito por nadie y por todos a la vez, es
decir, utópico y ucrónico, porque NO tiene espacio ni tiempo específicos. NO se sabe de dónde vienen ni a dónde van.
Aburrimiento, Infelicidad e Inconstancia son la
consecuencia lógica e inevitable de la falsificación de la vida personal debido
a la internalización de un “guión de hierro” (expresión que usa Ruíz
frecuentemente) social-impersonal que NO deja espacio a la improvisación
personal (a dicho proceso Ortega lo llamaba socialización),
haciendo imposible modificar la circunstancia de acuerdo a la verdad interior
con que, supuestamente, Dios nos ha creado.
Por algo se tomó la molestia de crear almas individuales, ¿o es muy
imbécil lo que estoy diciendo?
Se dirá que es imposible ser totalmente
individual, único, dado que al serlo se perderá toda conexión con los otros
seres humanos, lo cual tampoco es humano.
Es cierto, un cierto nivel de adaptación es imprescindible, como los
puentes que conectan islas o las riveras de los ríos. El lenguaje mismo es fruto de consensos
sociales anteriores al nacimiento de cualquiera, porque lo encontramos
hecho. El problema surge cuando ese
nivel de introyección de “lo social” (todo lo ya hecho, el pasado) NO deja espacio a la expresión de lo
espontáneo, la verdad interna, la propia visión y emoción de la vida (el
futuro). Entonces deja de tener sentido
Ser Humano. Seguir ciegamente lo social es algo maquinal, animal. Dicho de otra manera: ¿Para qué tener consciencia y discernimiento individual, si lo único
que se debe hacer es obedecer? Es
como decir: Dios, ¿para qué hiciste seres
humanos, si los robots son más eficientes?
Como digo en un poemirijilla: ¿Por
qué Dios NO se contentó con las bacterias?
NO había necesidad de crear a los seres
humanos. Él solito se creó todos los
problemas que tiene. Con lo cual
volvemos a una derivada de la Ley Luthor: Dios es omnipotente u
omnisciente. Si es omnisciente, sabía
que se iba a meter en todos estos problemas, por lo tanto, NO debe quejarse de
ello. Esos arrebatos de ira y
destrucciones de Mundos (Diluvio, Babel, Sodoma y Gomorra), muestran su
Omnipotencia.
He logrado “desaburrirme” un rato, pero mi
infelicidad es incurable y terminal.
Para ser feliz, la Humanoididad debería querer, con infusible pasión,
ser Sabia y Zensible. Sólo entonces, lo
que soy, sería transferible a mi circunstancia, encontrando zentido mi ser. En otros términos: habría homeostasis entre
el elemento y el sistema. Desde el
momento en que la sociedad que me rodea NO está ni ahí con La Verdad ni La
Belleza, sino sólo con la egoísta conveniencia material, es absolutamente
imposible la aceptación del otro como
legítimo otro, origen de lo humano, como dice Humberto Maturana.
La desgracia de nacer Poeta es que NO basta con
que la sociedad lea y escriba poemas.
NO basta con que algunos vivan poéticamente, como dijo Henry
Miller. Es imprescindible que ser
humano y ser poético sean uno y lo mismo, parafraseando a Heráclito d’Éfeso.
Una Perspectiva Confluyente
Pensar que me costó décadas reunir las palabras
necesarias para expresar lo que siento (el artículo de más arriba) y la
situación por la que acabo de pasar, es muy irónico. Un místico sufí que conocí en el Valle del
Elky me dijo hace 17 años: Cuando descubres algo, el Universo se encarga de
entregarte la comprobación.
Hace un par de años compré el siguiente libro
en la feria de las pulgas de la Avda. Argentina. La crisis existencial que ha destrozado mi
vida lo arrinconó en una caja, olvidándolo.
Recién hace unos días, ordenando las pocas cajas que quedaron después del
saqueo a mi biblioteca, lo encontré y comencé a leer. Era la señal de los tiempos por venir. Con Uds. dejo la mejor parte de la
introducción a un libro donde la Historia de la Ciencia y la Epistemología (dos
de mis amantes) se revelan como la Terapia indispensable para sobrevivir al
Colapso de la llamada Civilización Occidental.
La visión del mundo que predominó en
Occidente hasta la víspera de la Revolución Científica fue la de un mundo encantado.
Las rocas, los árboles, los ríos y las nubes eran contemplados como algo
maravilloso y con vida, y los seres humanos se sentían a sus anchas en este
ambiente. En breve, el cosmos era un lugar de pertenencia, de correspondencia.
Un miembro de este cosmos participaba directamente en su drama, no era un observador alienado. Su
destino personal estaba ligado al del cosmos y es esta relación la que daba
significado a su vida[2].
Este tipo de conciencia –la que llamaremos en este libro “conciencia
participativa”– involucra coalición o identificación con el ambiente, habla de
una totalidad psíquica que hace mucho ha desaparecido de escena. La alquimia
resulto ser en Occidente la última expresión de la conciencia participativa.
¿Qué significa, traducido en términos
cotidianos, este desencantamiento[3]?
Significa que el paisaje moderno se ha convertido en el escenario de la
“administración masiva y violentamente desenfrenada”, un estado de cosas
claramente percibido por el hombre corriente. La alienación y la futilidad que caracterizaron las percepciones de
unos pocos intelectuales a comienzos de siglo han llegado a dominar, al final
de este siglo, la conciencia del hombre común. La mayoría de los trabajos son idiotizantes, las relaciones vacías y
transientes, la pista de la política absurda. En el vacío creado por el
colapso de los valores tradicionales, tenemos algunas revitalizaciones
evangélicas de tipo histérico, conversiones masivas a la Iglesia del Reverendo
Moon, y un gran retraimiento hacia la evasión que ofrecen las drogas, la
televisión y los tranquilizantes. También tenemos la búsqueda desesperada de
terapia, en estos momentos una obsesión nacional, en la que millones de
estadounidenses tratan de reconstruir sus vidas, sumidos en un sentimiento
profundo de anonimato y desintegración cultural. Una época que tiene por norma la depresión es en verdad una época
oscura y triste.
El estudio de Sennett y Cobb demostró
que la noción de Marcuse de un consumidor inconsciente estaba completamente errada.
El trabajador no compra bienes porque se identifica con el modo estadounidense
de vida (The American Way of life),
sino porque está angustiado y cree que esta angustia se pueda mitigar con los
bienes materiales. El consumismo es visto paradójicamente como un modo de
salida del sistema que lo ha dañado y que secretamente aborrece; es un modo de mantenerse
libre de la garra emocional del sistema.
Sin embargo, el mantenerse libre del
sistema no es una opción viable. A medida que el pensamiento tecnológico y
burocrático invaden (sic) los rincones más profundos de nuestras mentes, la
preservación de un espacio psíquico se ha tornado algo casi imposible. Los así llamados
“candidatos de alto potencial” para posiciones ejecutivas en corporaciones estadounidenses
han recibido generalmente un tipo de educación especializada superior en que se
les enseña a comunicarse persuasivamente, a facilitar la interacción social, a
leer el lenguaje corporal y otras cosas parecidas. Esta disposición mental es
luego llevada a la esfera de las relaciones personales y sexuales. Uno aprende
así, por ejemplo, cómo descartar amigos que puedan ser obstáculos en nuestra
carrera y establecer nuevas relaciones que puedan ayudarnos en nuestro ascenso.
La esposa del empleado también es evaluada como un riesgo o una ventaja en
términos de su destreza diplomática. Y para la mayoría de los varones en las
naciones industrializadas, el acto sexual en sí mismo se ha convertido
literalmente en un proyecto, un asunto que consiste en utilizar las técnicas adecuadas
para alcanzar la meta prescrita y
así ganar la aprobación deseada. El placer y la intimidad se ven casi como un
impedimento al acto. Pero una vez que el ethos de la técnica y de la
administración han invadido las esferas de la sexualidad y la amistad,
literalmente no dejan lugar donde esconderse. Así resulta que “el muy difundido
clima de ansiedad y neurosis” en que estamos inmersos es inevitable.
Estos
bosquejos del paisaje psicológico interno dejan al descubierto las
maquinaciones del sistema. En un estudio que oficialmente trataba de la
esquizofrenia, pero que en su mayor parte era un perfil de la psicopatología de lo cotidiano, R.D.
Laing mostró cómo llega a dividirse la psiquis, creando falsos sí–mismos, en un
intento de protegerse de estas manipulaciones. Si fuéramos a caracterizar
nuestras relaciones habituales con otras personas, podríamos (como una primera
aproximación), describirlas como están en la Figura1. Aquí tenemos al sí-mismo
y al otro en una interacción directa, relacionándose con el otro de un modo
inmediato. Como resultado, la percepción es real, la acción es significativa y
el sí–mismo se siente corporalizado, vital (encantado).
Figura 1. Diagrama esquemático de la
interacción sana según R.D. Laing (de Laing, El Yo Dividido).
Pero, como se insinúa claramente en la
discusión de arriba, tal interacción casi nunca ocurre. Para nadie somos
“enteros”, menos aún para nosotros mismos. Más bien nos promovemos en un mundo
de roles sociales, de rituales interaccionales y juegos complejos que nos
obligan a proteger el sí–mismo desarrollando lo que la Laing denomina el “falso
sistema de sí–mismo” (false self system).
Figura 2. Diagrama esquemático de la
interacción esquizoide según Laing (de El Yo Dividido).
En la figura 2, el sí–mismo se ha
dividido en dos: el sí–mismo “interior” se retira de la interacción,
permaneciendo como un observador científico mientras que el cuerpo –que ahora
es percibido como falso o muerto (desencantado)– es el que se relaciona, en
forma falsa o simulada, con el otro.
La percepción es, por lo tanto, irreal y
la acción correspondientemente fútil. Como lo dice Laing, en el trabajo –y en
el “amor”– nos retraemos hacía la fantasía y establecemos un falso sí–mismo (identificado
con el cuerpo y sus acciones mecánicas), el cual ejecuta los rituales
necesarios para que tengamos éxito en nuestras tareas. Este proceso comienza en
algún momento del tercer año de vida, es reforzado en el jardín infantil y en
los años de educación básica, sigue adelante hasta la grisácea realidad de la
educación media, y finalmente se convierte en el destino diario de nuestra vida
de trabajo. Todo el mundo, dice Laing – ejecutivos, médicos, camareros, o lo
que sea –, representa roles, manipula, para evitar a su vez ser manipulado. El
objetivo es la protección del sí–mismo, pero dado que el sí mismo está de hecho
escindido de cualquier relación significativa, eventualmente se sofoca a medida
que los seres humanos se distancian de los eventos de sus propias vidas. El ambiente
se torna cada vez más irreal. A medida que este Proceso se acelera, el sí–mismo
empieza a luchar consigo mismo y a recriminarse acerca de la culpa existencial
que ha llegado a sentir, creándose así otra división. Nos atormenta nuestra
falsedad, nuestro representar roles, nuestro huir del intento de llegar a ser
lo que realmente somos o podríamos ser. A medida que aumenta la culpa,
silenciamos las voces disidentes con drogas, alcohol, fútbol –cualquier cosa
para evitar encarar la realidad de la situación. Cuando se agota esta auto–mistificación,
o el efecto de las pastillas, quedamos aterrorizados por nuestra propia
traición y por la vacuidad de nuestros “éxitos” manipulados.
Las estadísticas que reflejan esta
condición, solamente en Estados Unidos, son tan nefastas que desafían una
compresión. Hay actualmente una tasa significativa de suicidios en el grupo de
niños que va de siete a diez años de
edad y entre 1966 y 1976 los suicidios de adolescentes se triplicaron a
casi treinta al día. Más de la mitad de los pacientes en los hospitales
mentales estadounidenses son menores de veintiún años. Una evaluación de niños
de nueve a once años en la Costa del
Pacífico efectuada en 1977, mostró que casi la mitad de los niños eran consumidores
habituales de alcohol y que un buen número de ellos llegaba regularmente a la
escuela en estado de ebriedad. El Dr. Darold Treffert, del Instituto Mental de
Wisconsin, observó que en la actualidad millones de niños y adultos jóvenes
están aquejados de lo que describe como “un
agudo sentido de vacuidad y una falta de significado en su vida, expresados
no en un temor acerca de aquello que les pudiera ocurrir, sino más bien en un
temor de que jamás les ocurra algo”. Las cifras oficiales del Gobierno entregadas
durante 1971-1972, registraban que los Estados Unidos tiene cuatro millones de esquizofrénicos,
cuatro millones de niños seriamente perturbados, nueve millones de alcohólicos,
y diez millones de personas aquejadas de depresión severamente inhabilitante.
A comienzos de los años ’70 se informó
que veinticinco millones de adultos estaban utilizando Valium; en 1980, la
Administración de Alimentos y Drogas indicó que los estadounidenses estaban
consumiendo 5 billones de tabletas de benzodiacepinas al año (el fármaco del
“valium” y el “diazepam”). En “The Myth of the Hyperactive Child”
(1975), Peter Schrag y Diane Divoky dicen que son cientos de miles los niños
drogados diariamente en la escuela y una cuarta parte de la población femenina
estadounidense del grupo entre los treinta y los sesenta años de edad, como
Cosmopolitan, han publicado artículos donde se les aconseja a quienes padecen
de depresión que hagan una visita a su Hospital Mental local para que se les
administre tratamiento con psico–fármacos o con electro–shock, de modo que puedan
retornar prontamente a sus trabajos. “La droga y el hospital mental” escribe un
cientista político, “se han convertido en el aceite lubricante y la fabrica (sic)
de repuestos indispensables para impedir el derrumbe total del motor humano”.
Si bien es cierto que estas cifras
constituyen una expresión de lo que ocurre en Estados Unidos, ellas no son
privativas de ese país.
Polonia y Rusia, por ejemplo, son
líderes mundiales en el consumo de licor; las tasas de suicidio en Francia han
estado aumentando progresivamente; en Alemania Occidental las tasas de suicidio
se han duplicado entre 1966 y 1976. Las tasas de enfermedades mentales en Los
Ángeles y Pittsburgh son arquetípicas y el “índice de miseria” ha estado subiendo
progresivamente en Leningrado, Estocolmo, Milán, Frankfurt y en otras ciudades
desde la mitad del siglo. Si Estados
Unidos es la frontera del Gran Colapso, las demás naciones industrializadas
no están muy atrás.
Es un postulado de este libro del que no
estamos siendo testigos de un giro peculiar en las fortunas de la Europa y
América de postguerra, ni de una aberración que podría relacionarse con
problemas propios del siglo XX, como la inflación, la pérdida del imperio, y
cosas por el estilo. Mas bien, estamos presenciando el resultado inevitable de
una lógica que ya tiene varios siglos y que ahora, durante nuestras propias
vidas, se ha convertido en la protagonista central. Me refiero a la ciencia. No
estoy intentando decir que la ciencia es la causa de nuestro predicamento; la
causalidad es un tipo de explicación histórica que yo encuentro particularmente
poco convincente. Lo que estoy argumentando es que la visión científica del mundo
es parte integral de la modernidad, de la sociedad masificada y de la situación
descrita más arriba. Es nuestra conciencia, en las naciones industrializadas de
Occidente – y únicamente éstas – y está íntimamente relacionada con el
surgimiento de un estilo de vida que se ha estado desarrollando desde el
Renacimiento hasta el presente. La ciencia y nuestro modo de vida se han
reforzado mutuamente y es por esta razón que la visión científica del mundo
está bajo un serio escrutinio, al mismo tiempo que las naciones industriales
empiezan a evidenciar signos severos de tensión si no de una real desintegración.
EL
REENCANTAMIENTO DEL MUNDO
MORRIS
BERMAN. Editorial 4 Vientos Chile editorial 1987
Me impactó la coincidencia de ambos pensadores,
tras siglos y miles de kilómetros de distancia, en la centralidad de la sensación
de futilidad, de sin sentido de los propios actos como origen de la depresión.
¿Hay algo más destructivo para Ser Humano, que
el saberse irrelevante? Después dicen
que las son las drogas las que destruyen la vida humana, cuando en realidad las
drogas son tan sólo el paliativo, el anestésico a la destructiva sensación de
inutilidad.
Se dirá: ¡Pero si estamos en la era de la
utilidad! Sí, la utilidad que el esclavo
regala al sistema. La utilidad de la
que hablo es la de que cada acto personal sirva a la Causa de Humanizar, de Reencantar el Mundo (como sostiene
Berman, entre otros).
Muchos intelectuales vienen diciendo, desde el
siglo XIX que Occidente está en Crisis, desacralizado, enfermo mental y
espiritualmente, en decadencia, etc.
Cada una de esos calificativos revela la perspectiva por la cual cada
autor ha llegado a la percepción del estado actual del alma humana.
Hubo un tiempo en que había esperanzas en que
ese cambio, el paso de la via antiqua
a la via moderna, iba a servir para
hacer más humana la sociedad, sin necesidad de esclavizarnos, de hacernos
sufrir, de matarnos para que “las cosas funcionen”. Después de varios siglos de seguir esa via,
las esperanzas han desaparecido: El sistema patriarcal capitalista moderno lo
único que ha hecho es deshumanizarnos, desacralizarnos como nunca antes en
nuestra Historia. Recordemos que
Ahorakí tenemos el poder de extinguir la vida sobre el planeta, ¡varias
veces! Korea del Norte nos refrescó la
memoria.
Recuerdo una frase de la divina Gabriela que
viene al cayo: La Humanidad es todavía algo que hay que humanizar.
El Viejo Pepe NO cejaba en insistir que la
piedra angular de dicho cambio es la SINCERIDAD. ¡Bah, que extraño! 50 años después un biólogo shilensis, en las
antípodas del filósofo hispano, también la declararía piedra angular de la
terapéutica personal–social (Maturana).
Mi aporte para ello es una especificación de
dicha actitud vital: Atrevámonos a criticar.
Como primera
medida concreta (cliché político), dejemos de llevar la fiesta en paz. Esa paz insincera ha vaciado nuestras vida
en una farsa, una falsificación abyecta, que NO podemos ocultar a nuestra
propia consciencia. Cada uno sabe muy
bien cuán farsantes, insinceros, hipócritas nos hemos vuelto, para simplemente
sobrevivir. De tanto sobrevivir, hemos
perdido la vida.
Esa tristeza ontológica de NO poder llegar a
ser quien debía ser, origen de la vacuidad de toda civilización, antiguamente
llamada melancolía, es la depresión. La
enfermedad favorita de la modernidad globalizada. NO soy el único que está muriendo de pena
perpetua.
Es peor de lo que imaginas.
¡Paren las prensas! También proveniente de una de las cajas, 1
último texto, que le ha puesto palabras a la sensación básica de mi inexistencia.
Las Causas de la
Enfermedad
Para Byung–Chul Han[4],
ya NO vivimos en la sociedad disciplinaria o del control, bajo las lógicas
descritas por la biopolítica de Foucault.
Ahora nos situamos en una “sociedad del rendimiento”, donde cada no es su
propio explotador, lanzado a la búsqueda del éxito, por medio de la vorágine
híper–activa e híper –neurótica de la híper–información y la
híper–conexión. Ya no se necesita
ejercer la represión heterónoma ni el control panóptico, porque la disciplina ha
sido interiorizada. La sociedad del
rendimiento es la cultura de la autoexplotación. Nos disciplinamos a nosotros mismos, y la
violencia, inherente al sistema neoliberal, ya no ataca desde fuera del propio
individuo. Lo hace desde dentro y
estalla bajo la forma de cáncer, depresión, o trastornos por déficit de
atención con hiperactividad o por el trastorno límite de la personalidad.
En la política ha ocurrido
exactamente lo mismo que en resto de la sociedad. Si el “triunfo” o la “autorrealización” es
un fin en sí mismo, su el rendimiento (económico, político, laboral) lo
justifica todo, nada importa a la hora de alcanzarlo, aunque implique vaciar de
sentido los compromisos fundantes y la vocación primordial. Besar la mano del yerno de Pinochet, hacer
negocios desde la oficina ministerial o aceptar aportes reservados de las
empresas que se deben regular, todo puede ser si colabora a la meta de la
“productividad” y la “optimización personal”.
Lo que ayer se hubiera percibido como aberrante, ahora se transforma en
una práctica aséptica, que no despierta en la piel la más mínima alergia
moral. El mal se interioriza, y a
esclavitud ya no está impuesta por el miedo o por la fuerza. Así, hasta el ejecutivo mejor pagado trabaja
como un cautivo, y el político más poderoso puede optar por el sometimiento
voluntario a un amo intangible, que radica en su propio ego, y que le exige la
autoexplotación voluntaria hasta la extenuación.
La sociedad disciplinaria y del
control estaba marcada por la negación y la prohibición, y las cercas y los
muros eran barreras claras e indiscutibles.
En cambio, la sociedad del rendimiento es la cultura del “piensa
positivo”, del trabajo 24/7, de la sobre–exposición, de la vida como espectáculo[5],
de la “transparencia” como paliativo y analgésico a la falta crónica de
confianza. La vieja negatividad se ha
convertido en exceso de positividad. Si
antes todo era control normativo, ahora todo es abierta incapacidad para
pronuncia la palabra “NO”. El
trabajador ideal es el que vive con su celular prendido día y noche y nunca
toma vacaciones. De la misma forma el
político perfecto es el que dice sí a todo y a todos, pero no se define en
nada, sino que acepta como natural todo lo que la realidad le impone en su
facticidad. “A la sociedad disciplinaria todavía le rige el NO. Su negatividad genera locos y
criminales. La sociedad de rendimiento,
por el contrario, produce depresivos y fracasados (…) La positividad del poder es mucho más
eficiente que la negatividad del deber”[6].
Por Álvaro Ramis. Le
monde diplomatique. Agosto 2015.
Y yo que me preguntaba por qué esta sensación
de íntimo fracaso y esta depresión inhabilitante.
Nadie está abierto a la verdad, eso sería
romper el espejismo en que se ha convertido la sociedad.
As.Co. Enrique Antonio
Mena Caviedes
Q. E. P. D.
(Espacio de libre disposición para comentarios)
[1] El coyote viejo escribió
esto mucho antes que existieran los “realitys”, siendo su confirmación ex
post. Nota del transcriptor.
[2]
Nota del transcriptor: Recordemos la “liturgia” franciscana de la hermandad
cósmica con todo lo creado por Dios.
[3]
Nota del transcriptor: Desacralización la llama Mircea Eliade en “Das Heilige
und das profane” (Lo Sagrado y lo Profano).
[4] Autor coreano–alemán del best seller La
Sociedad del Cansancio. Herder. Madrid. 2012.
[5]
Nota del transcriptor: Recordemos los esquemas de las interacciones sanas y
esquizoide de más arriba.
También recomiendo leer La Sociedad del Espectáculo,
de Guy Debord.
[6]
Byung–Chul Han, La Sociedad del Cansancio. Herder. Madrid. 2012. Página 27.
Increíble. Lo había olvidado. 1-7-2020
ResponderEliminarEso de "atrevámonos a criticar" y "dejemos de llevar la fiesta en paz", porque NO es nuestra fiesta, sino la de "ellos", los "de arriba", me suena a profético, tras el Estallido Social del 2019.
¿De qué sirve ser profeta si nadie hace caso la profecía?
Dejemos la hipocresía, ese sería una Gran Paso para La Humanidad.