sábado, 4 de noviembre de 2017

Estoy Condenado a Muerte




NO sé de qué moriré primero, si de aburrimiento o escupiendo mis pulmones.
El aburrimiento tiene la misma raíz que la inconstancia, tal como dijo Blaise Pascal: La consciencia de la futilidad de los propios actos.   ¿Cómo los actos pueden ser inútiles?   Muy fácil: La indiferencia patriarcal.   Siempre llega el momento en que todo ha fracasado, salvo el genocidio; en que todos los ideales han sido traicionados y son inútiles.   Cuando eso sucede, la sociedad, la Civilización cae como peso muerto, pues son los ideales los que mantienen en forma a los seres humanos, como decía el viejo Pepe.
De ahí que mi axioma básico sea aplicable a todo el Reality social: Mientras más se habla de algo, ese algo menos existe.   En este tema específico se declina de la siguiente manera: Mientras más se habla de la puta felicidad, menos felices podemos ser.
Resumen de Idea de la Felicidad, en el ensayo acerca de Pío Baroja del viejo Pepe: La Felicidad es la conversión de la potencialidad en acto.   Sólo es feliz un ser humano cuando puede verter su ser en el mundo circundante.   De ahí que la felicidad NO dependa del individuo, sino de la sociedad en que le tocó nacer.   Una sociedad que NO acepta lo que el ser humano tiene para dar, es una sociedad en la cual NO se puede ser feliz.   De ello nace la pregunta que muchos artistas han hecho de diferentes maneras: ¿Dios, por qué me hiciste artista en una sociedad totalmente impermeable al arte?
Esa pregunta puede reformularse por cada tipo de vocación sincera, profunda que tenga el ser humano.   Cuando niño, me dijeron que la vocación es el llamado que Dios hace directamente al alma de cada uno, puesto que ha dotado a cada alma de distintas capacidades: los famosos talentos del evangelio.   He ahí la causa de la absoluta infelicidad que nos aqueja a los seres individuados, usando el concepto jungiano.   Cuando eres “tú mismo”, por usar la jerga vulgar, ya no hay espacio para falsificaciones y todo lo social, por el sólo hecho de ser impersonal, es una abstracción que no corresponde con ser humano alguno, en específico, sino en general.   Como ser individuo es ser de una manera específica, adaptarse a los lugares comunes que constituyen toda vida social, es una íntima falsificación.   Como se ve, la falsificación es el movimiento contrario al descrito en La Felicidad.
La Felicidad consiste en ir de la interioridad a la exterioridad; la falsificación es hacer de la interioridad una exterioridad.   La felicidad es expresar; la falsificación es introyectar.   Para hacer de algo lo contrario, es necesario destruir lo primero para trasplantar lo segundo en el espacio ya vacío.   De ahí que haya una falsa felicidad, genérica, social.   El coyote viejo, Q.E.P.D., tiene algo que decirnos al respecto:
Yo creo que si el mundo de hoy es aterrador es porque se ha convertido, precisamente, en un terreno favorable al desarrollo de las utopías.   Por todas partes en el mundo brotan las multinacionales, organismos sin origen ni lugar, utopías sin futuro, a veces incluso sin razón de ser.   Un día fabrican golosinas, al día siguiente se transforman en compañías trasatlánticas, y, en el curso de una sola semana, invaden el mundo con trasatlánticos cargados de golosinas.   Algunas han sido creadas para hacer dinero, otras, como las fuerzas armadas de las Naciones Unidas, creadas para el socorro de civiles en determinadas circunstancias, trabajan a pérdida.   Algunas otras son esencialmente profilácticas.   Otras tantas, como la Iglesia, militan a favor del Bien.   Otras aún –como un cierto Hollywood– predican el Mal.   Todas son utópicas, todas creen que la felicidad es la orquestación de disposiciones plebiscitadas como buenas.   Para tales utopías, un hombre feliz es un hombre que se dice feliz y al que todos creen lo que dice.   ¿Por qué se le cree?   Porque su felicidad tiene causas explicables, como son la posesión de una camisa, el aroma de un perfume, el espectáculo de un incendio o el de una historia que le acaban de contar en imágenes.
Las reglas que gobiernan el cine (digamos, Hollywood) son idénticas al simulacro que es la vida en nuestros días.   Esta utopía acaba por reformular la idea de salvación, cuya versión más perfecta se halla en la aplicación de la teoría de conflicto central: mientras más sacrifique usted a la lógica narrativa o a la Energeia, más posibilidades tendrá de salvarse.   Reglas que han encontrado a menudo su inspiración en ciertos juegos venidos de la Grecia antigua, en los que predominaban el azar y el vértigo.   Incluso hemos resucitado juegos que habían caído en el olvido.   Juegos de resistencia al dolor –la prueba de la tortura– y juegos de sobrevivencia[1].   En esta Olimpiadas permanentes, los miembros de la Ciudad Ideal son azuzados sin cesar los unos contra los otros para un combate singular.   Cada movimiento, cada intención son objeto de evaluación.   Los otros, los no ciudadanos, la mayoría, vegetan como parias.
El mundo utópico no desemboca en la realización de tales o cuales aspiraciones humanas, sino en su desrrealización.   Es un mundo que ha vuelto irreal al hombre mismo.
Raúl Ruiz. Poética del cine.

¿Qué pasa cuando estas disposiciones plebiscitadas imperan?  Dejan de cuestionarse, se obedecen, es decir, se introyectan, haciendo de la vida un simulacro, algo que aparenta vivir.   Es decir, la vida, de ser la expresión de pensamientos y sentimientos verdaderamente propios, pasa a ser la mera repetición de un guión escrito por nadie y por todos a la vez, es decir, utópico y ucrónico, porque NO tiene espacio ni tiempo específicos.   NO se sabe de dónde vienen ni a dónde van.
Aburrimiento, Infelicidad e Inconstancia son la consecuencia lógica e inevitable de la falsificación de la vida personal debido a la internalización de un “guión de hierro” (expresión que usa Ruíz frecuentemente) social-impersonal que NO deja espacio a la improvisación personal (a dicho proceso Ortega lo llamaba socialización), haciendo imposible modificar la circunstancia de acuerdo a la verdad interior con que, supuestamente, Dios nos ha creado.   Por algo se tomó la molestia de crear almas individuales, ¿o es muy imbécil lo que estoy diciendo?
Se dirá que es imposible ser totalmente individual, único, dado que al serlo se perderá toda conexión con los otros seres humanos, lo cual tampoco es humano.   Es cierto, un cierto nivel de adaptación es imprescindible, como los puentes que conectan islas o las riveras de los ríos.   El lenguaje mismo es fruto de consensos sociales anteriores al nacimiento de cualquiera, porque lo encontramos hecho.   El problema surge cuando ese nivel de introyección de “lo social” (todo lo ya hecho, el pasado) NO deja espacio a la expresión de lo espontáneo, la verdad interna, la propia visión y emoción de la vida (el futuro).   Entonces deja de tener sentido Ser Humano.   Seguir ciegamente lo social es algo maquinal, animal.   Dicho de otra manera: ¿Para qué tener consciencia y discernimiento individual, si lo único que se debe hacer es obedecer?   Es como decir: Dios, ¿para qué hiciste seres humanos, si los robots son más eficientes?
Como digo en un poemirijilla: ¿Por qué Dios NO se contentó con las bacterias?
NO había necesidad de crear a los seres humanos.   Él solito se creó todos los problemas que tiene.   Con lo cual volvemos a una derivada de la Ley Luthor: Dios es omnipotente u omnisciente.   Si es omnisciente, sabía que se iba a meter en todos estos problemas, por lo tanto, NO debe quejarse de ello.   Esos arrebatos de ira y destrucciones de Mundos (Diluvio, Babel, Sodoma y Gomorra), muestran su Omnipotencia.
He logrado “desaburrirme” un rato, pero mi infelicidad es incurable y terminal.   Para ser feliz, la Humanoididad debería querer, con infusible pasión, ser Sabia y Zensible.   Sólo entonces, lo que soy, sería transferible a mi circunstancia, encontrando zentido mi ser.   En otros términos: habría homeostasis entre el elemento y el sistema.   Desde el momento en que la sociedad que me rodea NO está ni ahí con La Verdad ni La Belleza, sino sólo con la egoísta conveniencia material, es absolutamente imposible la aceptación del otro como legítimo otro, origen de lo humano, como dice Humberto Maturana.
La desgracia de nacer Poeta es que NO basta con que la sociedad lea y escriba poemas.   NO basta con que algunos vivan poéticamente, como dijo Henry Miller.   Es imprescindible que ser humano y ser poético sean uno y lo mismo, parafraseando a Heráclito d’Éfeso.


Una Perspectiva Confluyente


Pensar que me costó décadas reunir las palabras necesarias para expresar lo que siento (el artículo de más arriba) y la situación por la que acabo de pasar, es muy irónico.   Un místico sufí que conocí en el Valle del Elky me dijo hace 17 años: Cuando descubres algo, el Universo se encarga de entregarte la comprobación.
Hace un par de años compré el siguiente libro en la feria de las pulgas de la Avda. Argentina.   La crisis existencial que ha destrozado mi vida lo arrinconó en una caja, olvidándolo.   Recién hace unos días, ordenando las pocas cajas que quedaron después del saqueo a mi biblioteca, lo encontré y comencé a leer.   Era la señal de los tiempos por venir.   Con Uds. dejo la mejor parte de la introducción a un libro donde la Historia de la Ciencia y la Epistemología (dos de mis amantes) se revelan como la Terapia indispensable para sobrevivir al Colapso de la llamada Civilización Occidental.

La visión del mundo que predominó en Occidente hasta la víspera de la Revolución Científica fue la de un mundo encantado. Las rocas, los árboles, los ríos y las nubes eran contemplados como algo maravilloso y con vida, y los seres humanos se sentían a sus anchas en este ambiente. En breve, el cosmos era un lugar de pertenencia, de correspondencia. Un miembro de este cosmos participaba directamente en su drama, no era un observador alienado. Su destino personal estaba ligado al del cosmos y es esta relación la que daba significado a su vida[2]. Este tipo de conciencia –la que llamaremos en este libro “conciencia participativa”– involucra coalición o identificación con el ambiente, habla de una totalidad psíquica que hace mucho ha desaparecido de escena. La alquimia resulto ser en Occidente la última expresión de la conciencia participativa.
¿Qué significa, traducido en términos cotidianos, este desencantamiento[3]? Significa que el paisaje moderno se ha convertido en el escenario de la “administración masiva y violentamente desenfrenada”, un estado de cosas claramente percibido por el hombre corriente. La alienación y la futilidad que caracterizaron las percepciones de unos pocos intelectuales a comienzos de siglo han llegado a dominar, al final de este siglo, la conciencia del hombre común. La mayoría de los trabajos son idiotizantes, las relaciones vacías y transientes, la pista de la política absurda. En el vacío creado por el colapso de los valores tradicionales, tenemos algunas revitalizaciones evangélicas de tipo histérico, conversiones masivas a la Iglesia del Reverendo Moon, y un gran retraimiento hacia la evasión que ofrecen las drogas, la televisión y los tranquilizantes. También tenemos la búsqueda desesperada de terapia, en estos momentos una obsesión nacional, en la que millones de estadounidenses tratan de reconstruir sus vidas, sumidos en un sentimiento profundo de anonimato y desintegración cultural. Una época que tiene por norma la depresión es en verdad una época oscura y triste.
El estudio de Sennett y Cobb demostró que la noción de Marcuse de un consumidor inconsciente estaba completamente errada. El trabajador no compra bienes porque se identifica con el modo estadounidense de vida (The American Way of life), sino porque está angustiado y cree que esta angustia se pueda mitigar con los bienes materiales. El consumismo es visto paradójicamente como un modo de salida del sistema que lo ha dañado y que secretamente aborrece; es un modo de mantenerse libre de la garra emocional del sistema.
Sin embargo, el mantenerse libre del sistema no es una opción viable. A medida que el pensamiento tecnológico y burocrático invaden (sic) los rincones más profundos de nuestras mentes, la preservación de un espacio psíquico se ha tornado algo casi imposible. Los así llamados “candidatos de alto potencial” para posiciones ejecutivas en corporaciones estadounidenses han recibido generalmente un tipo de educación especializada superior en que se les enseña a comunicarse persuasivamente, a facilitar la interacción social, a leer el lenguaje corporal y otras cosas parecidas. Esta disposición mental es luego llevada a la esfera de las relaciones personales y sexuales. Uno aprende así, por ejemplo, cómo descartar amigos que puedan ser obstáculos en nuestra carrera y establecer nuevas relaciones que puedan ayudarnos en nuestro ascenso. La esposa del empleado también es evaluada como un riesgo o una ventaja en términos de su destreza diplomática. Y para la mayoría de los varones en las naciones industrializadas, el acto sexual en sí mismo se ha convertido literalmente en un proyecto, un asunto que consiste en utilizar las técnicas adecuadas para alcanzar la meta prescrita y así ganar la aprobación deseada. El placer y la intimidad se ven casi como un impedimento al acto. Pero una vez que el ethos de la técnica y de la administración han invadido las esferas de la sexualidad y la amistad, literalmente no dejan lugar donde esconderse. Así resulta que “el muy difundido clima de ansiedad y neurosis” en que estamos inmersos es inevitable.
Estos bosquejos del paisaje psicológico interno dejan al descubierto las maquinaciones del sistema. En un estudio que oficialmente trataba de la esquizofrenia, pero que en su mayor parte era un perfil de la psicopatología de lo cotidiano, R.D. Laing mostró cómo llega a dividirse la psiquis, creando falsos sí–mismos, en un intento de protegerse de estas manipulaciones. Si fuéramos a caracterizar nuestras relaciones habituales con otras personas, podríamos (como una primera aproximación), describirlas como están en la Figura1. Aquí tenemos al sí-mismo y al otro en una interacción directa, relacionándose con el otro de un modo inmediato. Como resultado, la percepción es real, la acción es significativa y el sí–mismo se siente corporalizado, vital (encantado).


Figura 1. Diagrama esquemático de la interacción sana según R.D. Laing (de Laing, El Yo Dividido).

Pero, como se insinúa claramente en la discusión de arriba, tal interacción casi nunca ocurre. Para nadie somos “enteros”, menos aún para nosotros mismos. Más bien nos promovemos en un mundo de roles sociales, de rituales interaccionales y juegos complejos que nos obligan a proteger el sí–mismo desarrollando lo que la Laing denomina el “falso sistema de sí–mismo” (false self system).


Figura 2. Diagrama esquemático de la interacción esquizoide según Laing (de El Yo Dividido).

En la figura 2, el sí–mismo se ha dividido en dos: el sí–mismo “interior” se retira de la interacción, permaneciendo como un observador científico mientras que el cuerpo –que ahora es percibido como falso o muerto (desencantado)– es el que se relaciona, en forma falsa o simulada, con el otro.
La percepción es, por lo tanto, irreal y la acción correspondientemente fútil. Como lo dice Laing, en el trabajo –y en el “amor”– nos retraemos hacía la fantasía y establecemos un falso sí–mismo (identificado con el cuerpo y sus acciones mecánicas), el cual ejecuta los rituales necesarios para que tengamos éxito en nuestras tareas. Este proceso comienza en algún momento del tercer año de vida, es reforzado en el jardín infantil y en los años de educación básica, sigue adelante hasta la grisácea realidad de la educación media, y finalmente se convierte en el destino diario de nuestra vida de trabajo. Todo el mundo, dice Laing – ejecutivos, médicos, camareros, o lo que sea –, representa roles, manipula, para evitar a su vez ser manipulado. El objetivo es la protección del sí–mismo, pero dado que el sí mismo está de hecho escindido de cualquier relación significativa, eventualmente se sofoca a medida que los seres humanos se distancian de los eventos de sus propias vidas. El ambiente se torna cada vez más irreal. A medida que este Proceso se acelera, el sí–mismo empieza a luchar consigo mismo y a recriminarse acerca de la culpa existencial que ha llegado a sentir, creándose así otra división. Nos atormenta nuestra falsedad, nuestro representar roles, nuestro huir del intento de llegar a ser lo que realmente somos o podríamos ser. A medida que aumenta la culpa, silenciamos las voces disidentes con drogas, alcohol, fútbol –cualquier cosa para evitar encarar la realidad de la situación. Cuando se agota esta auto–mistificación, o el efecto de las pastillas, quedamos aterrorizados por nuestra propia traición y por la vacuidad de nuestros “éxitos” manipulados.
Las estadísticas que reflejan esta condición, solamente en Estados Unidos, son tan nefastas que desafían una compresión. Hay actualmente una tasa significativa de suicidios en el grupo de niños que va de siete a diez años de edad y entre 1966 y 1976 los suicidios de adolescentes se triplicaron a casi treinta al día. Más de la mitad de los pacientes en los hospitales mentales estadounidenses son menores de veintiún años. Una evaluación de niños de nueve a once años en la Costa del Pacífico efectuada en 1977, mostró que casi la mitad de los niños eran consumidores habituales de alcohol y que un buen número de ellos llegaba regularmente a la escuela en estado de ebriedad. El Dr. Darold Treffert, del Instituto Mental de Wisconsin, observó que en la actualidad millones de niños y adultos jóvenes están aquejados de lo que describe como “un agudo sentido de vacuidad y una falta de significado en su vida, expresados no en un temor acerca de aquello que les pudiera ocurrir, sino más bien en un temor de que jamás les ocurra algo”. Las cifras oficiales del Gobierno entregadas durante 1971-1972, registraban que los Estados Unidos tiene cuatro millones de esquizofrénicos, cuatro millones de niños seriamente perturbados, nueve millones de alcohólicos, y diez millones de personas aquejadas de depresión severamente inhabilitante.
A comienzos de los años ’70 se informó que veinticinco millones de adultos estaban utilizando Valium; en 1980, la Administración de Alimentos y Drogas indicó que los estadounidenses estaban consumiendo 5 billones de tabletas de benzodiacepinas al año (el fármaco del “valium” y el “diazepam”). En “The Myth of the Hyperactive Child” (1975), Peter Schrag y Diane Divoky dicen que son cientos de miles los niños drogados diariamente en la escuela y una cuarta parte de la población femenina estadounidense del grupo entre los treinta y los sesenta años de edad, como Cosmopolitan, han publicado artículos donde se les aconseja a quienes padecen de depresión que hagan una visita a su Hospital Mental local para que se les administre tratamiento con psico–fármacos o con electro–shock, de modo que puedan retornar prontamente a sus trabajos. “La droga y el hospital mental” escribe un cientista político, “se han convertido en el aceite lubricante y la fabrica (sic) de repuestos indispensables para impedir el derrumbe total del motor humano”.
Si bien es cierto que estas cifras constituyen una expresión de lo que ocurre en Estados Unidos, ellas no son privativas de ese país.
Polonia y Rusia, por ejemplo, son líderes mundiales en el consumo de licor; las tasas de suicidio en Francia han estado aumentando progresivamente; en Alemania Occidental las tasas de suicidio se han duplicado entre 1966 y 1976. Las tasas de enfermedades mentales en Los Ángeles y Pittsburgh son arquetípicas y el “índice de miseria” ha estado subiendo progresivamente en Leningrado, Estocolmo, Milán, Frankfurt y en otras ciudades desde la mitad del siglo. Si Estados Unidos es la frontera del Gran Colapso, las demás naciones industrializadas no están muy atrás.
Es un postulado de este libro del que no estamos siendo testigos de un giro peculiar en las fortunas de la Europa y América de postguerra, ni de una aberración que podría relacionarse con problemas propios del siglo XX, como la inflación, la pérdida del imperio, y cosas por el estilo. Mas bien, estamos presenciando el resultado inevitable de una lógica que ya tiene varios siglos y que ahora, durante nuestras propias vidas, se ha convertido en la protagonista central. Me refiero a la ciencia. No estoy intentando decir que la ciencia es la causa de nuestro predicamento; la causalidad es un tipo de explicación histórica que yo encuentro particularmente poco convincente. Lo que estoy argumentando es que la visión científica del mundo es parte integral de la modernidad, de la sociedad masificada y de la situación descrita más arriba. Es nuestra conciencia, en las naciones industrializadas de Occidente – y únicamente éstas – y está íntimamente relacionada con el surgimiento de un estilo de vida que se ha estado desarrollando desde el Renacimiento hasta el presente. La ciencia y nuestro modo de vida se han reforzado mutuamente y es por esta razón que la visión científica del mundo está bajo un serio escrutinio, al mismo tiempo que las naciones industriales empiezan a evidenciar signos severos de tensión si no de una real desintegración.
EL REENCANTAMIENTO DEL MUNDO
MORRIS BERMAN. Editorial 4 Vientos Chile editorial 1987

Me impactó la coincidencia de ambos pensadores, tras siglos y miles de kilómetros de distancia, en la centralidad de la sensación de futilidad, de sin sentido de los propios actos como origen de la depresión.
¿Hay algo más destructivo para Ser Humano, que el saberse irrelevante?   Después dicen que las son las drogas las que destruyen la vida humana, cuando en realidad las drogas son tan sólo el paliativo, el anestésico a la destructiva sensación de inutilidad.
Se dirá: ¡Pero si estamos en la era de la utilidad!  Sí, la utilidad que el esclavo regala al sistema.   La utilidad de la que hablo es la de que cada acto personal sirva a la Causa de Humanizar, de Reencantar el Mundo (como sostiene Berman, entre otros).
Muchos intelectuales vienen diciendo, desde el siglo XIX que Occidente está en Crisis, desacralizado, enfermo mental y espiritualmente, en decadencia, etc.   Cada una de esos calificativos revela la perspectiva por la cual cada autor ha llegado a la percepción del estado actual del alma humana.
Hubo un tiempo en que había esperanzas en que ese cambio, el paso de la via antiqua a la via moderna, iba a servir para hacer más humana la sociedad, sin necesidad de esclavizarnos, de hacernos sufrir, de matarnos para que “las cosas funcionen”.   Después de varios siglos de seguir esa via, las esperanzas han desaparecido: El sistema patriarcal capitalista moderno lo único que ha hecho es deshumanizarnos, desacralizarnos como nunca antes en nuestra Historia.   Recordemos que Ahorakí tenemos el poder de extinguir la vida sobre el planeta, ¡varias veces!   Korea del Norte nos refrescó la memoria.
Recuerdo una frase de la divina Gabriela que viene al cayo: La Humanidad es todavía algo que hay que humanizar.
El Viejo Pepe NO cejaba en insistir que la piedra angular de dicho cambio es la SINCERIDAD.   ¡Bah, que extraño!   50 años después un biólogo shilensis, en las antípodas del filósofo hispano, también la declararía piedra angular de la terapéutica personal–social (Maturana).
Mi aporte para ello es una especificación de dicha actitud vital: Atrevámonos a criticar.
Como primera medida concreta (cliché político), dejemos de llevar la fiesta en paz.   Esa paz insincera ha vaciado nuestras vida en una farsa, una falsificación abyecta, que NO podemos ocultar a nuestra propia consciencia.   Cada uno sabe muy bien cuán farsantes, insinceros, hipócritas nos hemos vuelto, para simplemente sobrevivir.   De tanto sobrevivir, hemos perdido la vida.
Esa tristeza ontológica de NO poder llegar a ser quien debía ser, origen de la vacuidad de toda civilización, antiguamente llamada melancolía, es la depresión.   La enfermedad favorita de la modernidad globalizada.   NO soy el único que está muriendo de pena perpetua.


Es peor de lo que imaginas.

¡Paren las prensas!   También proveniente de una de las cajas, 1 último texto, que le ha puesto palabras a la sensación básica de mi inexistencia.

Las Causas de la Enfermedad
Para Byung–Chul Han[4], ya NO vivimos en la sociedad disciplinaria o del control, bajo las lógicas descritas por la biopolítica de Foucault.    Ahora nos situamos en una “sociedad del rendimiento”, donde cada no es su propio explotador, lanzado a la búsqueda del éxito, por medio de la vorágine híper–activa e híper –neurótica de la híper–información y la híper–conexión.   Ya no se necesita ejercer la represión heterónoma ni el control panóptico, porque la disciplina ha sido interiorizada.   La sociedad del rendimiento es la cultura de la autoexplotación.   Nos disciplinamos a nosotros mismos, y la violencia, inherente al sistema neoliberal, ya no ataca desde fuera del propio individuo.   Lo hace desde dentro y estalla bajo la forma de cáncer, depresión, o trastornos por déficit de atención con hiperactividad o por el trastorno límite de la personalidad.
En la política ha ocurrido exactamente lo mismo que en resto de la sociedad.   Si el “triunfo” o la “autorrealización” es un fin en sí mismo, su el rendimiento (económico, político, laboral) lo justifica todo, nada importa a la hora de alcanzarlo, aunque implique vaciar de sentido los compromisos fundantes y la vocación primordial.   Besar la mano del yerno de Pinochet, hacer negocios desde la oficina ministerial o aceptar aportes reservados de las empresas que se deben regular, todo puede ser si colabora a la meta de la “productividad” y la “optimización personal”.   Lo que ayer se hubiera percibido como aberrante, ahora se transforma en una práctica aséptica, que no despierta en la piel la más mínima alergia moral.   El mal se interioriza, y a esclavitud ya no está impuesta por el miedo o por la fuerza.   Así, hasta el ejecutivo mejor pagado trabaja como un cautivo, y el político más poderoso puede optar por el sometimiento voluntario a un amo intangible, que radica en su propio ego, y que le exige la autoexplotación voluntaria hasta la extenuación.
La sociedad disciplinaria y del control estaba marcada por la negación y la prohibición, y las cercas y los muros eran barreras claras e indiscutibles.   En cambio, la sociedad del rendimiento es la cultura del “piensa positivo”, del trabajo 24/7, de la sobre–exposición, de la vida como espectáculo[5], de la “transparencia” como paliativo y analgésico a la falta crónica de confianza.   La vieja negatividad se ha convertido en exceso de positividad.   Si antes todo era control normativo, ahora todo es abierta incapacidad para pronuncia la palabra “NO”.   El trabajador ideal es el que vive con su celular prendido día y noche y nunca toma vacaciones.   De la misma forma el político perfecto es el que dice sí a todo y a todos, pero no se define en nada, sino que acepta como natural todo lo que la realidad le impone en su facticidad.   “A la sociedad disciplinaria todavía le rige el NO.   Su negatividad genera locos y criminales.   La sociedad de rendimiento, por el contrario, produce depresivos y fracasados (…)  La positividad del poder es mucho más eficiente que la negatividad del deber[6].
Por Álvaro Ramis. Le monde diplomatique. Agosto 2015.

Y yo que me preguntaba por qué esta sensación de íntimo fracaso y esta depresión inhabilitante.
Nadie está abierto a la verdad, eso sería romper el espejismo en que se ha convertido la sociedad.



As.Co. Enrique Antonio Mena Caviedes
Q. E. P. D.
(Espacio de libre disposición para comentarios)






[1] El coyote viejo escribió esto mucho antes que existieran los “realitys”, siendo su confirmación ex post.   Nota del transcriptor.
[2] Nota del transcriptor: Recordemos la “liturgia” franciscana de la hermandad cósmica con todo lo creado por Dios.
[3] Nota del transcriptor: Desacralización la llama Mircea Eliade en “Das Heilige und das profane” (Lo Sagrado y lo Profano).
[4]  Autor coreano–alemán del best seller La Sociedad del Cansancio. Herder. Madrid. 2012.
[5] Nota del transcriptor: Recordemos los esquemas de las interacciones sanas y esquizoide de más arriba.
También recomiendo leer La Sociedad del Espectáculo, de Guy Debord.
[6] Byung–Chul Han, La Sociedad del Cansancio. Herder. Madrid. 2012. Página 27.

1 comentario:

  1. Increíble. Lo había olvidado. 1-7-2020
    Eso de "atrevámonos a criticar" y "dejemos de llevar la fiesta en paz", porque NO es nuestra fiesta, sino la de "ellos", los "de arriba", me suena a profético, tras el Estallido Social del 2019.
    ¿De qué sirve ser profeta si nadie hace caso la profecía?
    Dejemos la hipocresía, ese sería una Gran Paso para La Humanidad.

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