Dedicado a mi padre, Enrique Segundo Fermín Mena Díaz, El
Tecnólogo.
Las mejores mentes
de mi generación se devanan los sesos para lograr que la gente haga clic en un
anuncio. Vaya mierda,
afirma Jeff Hammerbacher, uno de los primeros ingenieros que trabajaron para
Facebook. Silicon Valley empezó a
parecerse a Hollywood. Mientras tanto,
los consumidores a cuyo servicio estaba se habían encerrado en sí mismos,
obsesionados con su vida virtual.
Uno de
los primeros en afirmar que aquel impasse podía ser síntoma de un
problema mucho más amplio fue Jonathan Huebner, un físico que trabaja en el
Centro de las Fuerzas Aeronavales del Pentágono, en China Lake (California). Huebner parece la versión sesentera de un
mercader de la muerte. Es un hombre de
mediana edad, delgado y con entradas, a quien le gusta vestirse con pantalones
caqui, camisa marrón a rayas y chaquetón caqui. Ha diseñado sistemas armamentísticos desde
1985, y tiene información de primera mano sobre los últimos avances tecnológicos
en materiales, energía y programas informáticos. Tras el estallido de la burbuja de internet, la
mediocridad de las supuestas innovaciones que llegaban hasta su despacho empezó
a irritarle. En 2005 escribió un
artículo titulado: «A Possible Declining Trend for Worldwide Innovation» [«Una
posible tendencia al declive en la innovación mundial»] que era una acusación
contra Silicon Valley o, como mínimo, una ominosa alarma.
Huebner
recurrió a la imagen de un árbol para describir el estado de la innovación en
aquellos momentos. El hombre había
subido por el tronco del árbol y había llegado a sus grandes ramas, de las que
pendían las ideas verdaderamente decisivas (la rueda, la electricidad, el
avión, el teléfono, el transistor). Pero ahora nos hallamos en el extremo de las
ramas más altas del árbol y nos dedicamos principalmente a refinar creaciones
del pasado. Para respaldar su
argumento, Huebner señalaba que la frecuencia de las invenciones de peso había comenzado
a disminuir. Además demostraba con
datos que el número de patentes solicitadas había declinado con el paso del
tiempo. «Creo que la probabilidad de
que logremos crear algo que se cuente entre los cien inventos más importantes
de la humanidad es cada vez más pequeña —me dijo Huebner en una entrevista—. La
innovación es un recurso finito.»
Huebner
predijo que su reflexión tardaría cinco años en calar, y su pronóstico se
cumplió casi a rajatabla. Alrededor de
2010, Peter Thiel, cofundador de PayPal y uno de los primeros inversores de
Facebook, empezó a promover la idea de que la industria tecnológica no cumplía
las expectativas de
la
gente. «Queríamos automóviles voladores, no mensajes en ciento cuarenta
caracteres». Ese fue el lema de
Founders Fund, su nueva compañía de inversiones. En un documento titulado «What Happened to
the Future» [«¿Qué le ha ocurrido al futuro?»], Thiel y sus colaboradores
explicaban que Twitter, con sus mensajes de ciento cuarenta caracteres, y otras
invenciones similares habían defraudado al público. Sostenía que la ciencia ficción, que antaño
celebraba el futuro, se había vuelto distópica porque la gente había dejado de ser optimista sobre la capacidad de la
tecnología para cambiar el mundo.
Elon
Musk. El empresario que anticipa el futuro.
Ahslee Vance. 2015. El Mundo de Elon.
Ojalá
tuviese a mano el libro Historia Como Sistema, del Viejo
Pepe. La idea base es la misma: La
Ciencia era una creencia que demoró dos siglos en desplazar la fe de las masas
hacia sí misma, nada menos que desde el Cristianismo, por esa promesa de
solucionar los eternos problemas del ser humano.
Llegó
la Primera Guerra Mundial y la estúpida masa se dio cuenta que, por el
contrario, la ciencia los había magnificado al convertir la Guerra en una
Masacre Industrial. La segunda G.M.
sólo confirmaría lo anterior con su broche atómico.
Es
decir, la decepción en la madre, traslada el peso de la promesa hacia la
hija. Cuando la gente se da cuenta que,
de tal madre tal hija, sólo nos pueden esperar dos G.M. tal como al sueño de la
Belle Epoque le sucedió 1914 y al
delirio de la Prosperity le sucedió
1939.
Interesante
que dicho libro contemple arrancar la ambientación del “Mundo de Elon” con la
burbuja de Internet del 2000, crisis infravalorada por la intelectualidad y que
obligó a crear la crisis subprime, sobrevalorada y efecto colateral de la
anterior.
Remarqué
la frase la innovación es un recurso
finito por la zencilla razón epistemológica que decía el Viejo Pepe El
Tema de Nuestro Tiempo: Si algo nos deja la relatividad einsteniana es
un muñón de Universo. Anti infinitismo
y su correlato temporal: Anti instantaneidad.
Es decir: Todo tiene un límite. De ahí que el temor de Elon sea algo
racional: El límite temporal de la humanidad está en cuenta regresiva final.
Apéndice
filosófico y verdadera razón de tomarme la molestia.
¿Por qué estudiar el Universo?
Zen.cillo:
Como es el Universo, es el Ser Humano, tan sólo otro de los elementos dentro de
su Xyztema, ergo, obediente a sus Leyes.
El hecho de que esas palabras las haya dicho un tecnólogo militar
yanquiloide (imposible alguien meNOs interesado por tan filosófica cuestión), rozando
la conclusión lógica y obvia de los enunciados más abstractos, dichos hace un
siglo por los más eminentes teóricos europeos, es prueba concluyente al
respecto.
Otra
idea esencial del Viejo Pepe.
Precisamente,
porque se ha creado una efectiva solución; precisamente porque ya “está ahí”,
las generaciones siguientes “NO” tienen que crearla, sino recibirla y
desarrollarla. Ahora bien, la recepción, que ahorra el esfuerzo de la
creación, tiene la desventaja de invitar
a la inercia vital. El que recibe
una idea tiende a ahorrarse la fatiga de repensarla y recrearla en “sí
mismo”. Esta recreación no consiste en
más que en repetir la faena del que la creó, esto es, en adoptarla sólo en
vista de la incontrastable evidencia con que se le imponía. El que crea una idea no tiene la impresión
de que es un pensamiento suyo, sino que le parece la realidad misma en contacto
inmediato con él mismo. Están el hombre
y la realidad desnudos ambos, el uno frente a la otra, sin intermediario ni
pantalla.
En
cambio, el hombre que no crea, sino que recibe una idea ya creada, que le
facilita su relación con aquella, como una receta, tenderá a “no hacerse
cuestión de las cosas”, a no sentir auténticas necesidades, ya que se encuentra
con un repertorio de soluciones antes de haber sentido las necesidades que
provocaron aquellas. De aquí que el
hombre ya heredero de un sistema
cultural se va habituando progresivamente, generación tras generación, a NO tomar contacto con los problemas
radicales, a NO sentir las necesidades que integran su vida y, de por otra
parte, a usar modos mentales –Ideas, Valoraciones, Entusiasmos– de los cuales
NO tiene evidencia, porque no han nacido en el fondo de su propia
autenticidad. Trabaja y vive sobre un
estrato de cultura que le ha venido de fuera, sobre un sistema de opiniones
ajenas, de otros yos, de lo que está en la atmósfera, en la “época”, en el
“espíritu de los tiempos”, en suma, en un yo colectivo, convencional, irresponsable,
que no sabe por qué piensa lo que piensa ni quiere lo que quiere.
Toda
cultura, al triunfar y lograrse, se convierte en tópico y en frase. Tópico es la idea que se usa, no “porque” es
evidente, sino porque la “gente” la dice.
Frase es lo que no se piensa cada vez, son que simplemente “se dice” o
repite. Mientras tanto se van acabando
las consecuencias de esos que ya son tópicos, se van desarrollando sus
posibilidades interiores, en suma, la cultura
que en su momento originario y auténtico era
simple, se va complicando. Esta complicación de la cultura recibida
hace engrosar la pantalla entre el sí mismo de cada hombre y las cosas mismas
que le rodean. Su vida va siendo cada
vez menos suya y siendo cada vez más colectiva. Su ser individual, efectivo y siempre
primitivo, es suplantado por el yo que es “la gente”, convencional, complicado,
“culto”. El llamado hombre “culto” aparece siempre en una época de
cultura muy avanzada y que se compone
ya de puros tópicos y frases.
Se
trata de un inexorable proceso. La cultura, el más puro producto de la
autenticidad vital, puesto que procede de que el hombre siente con angustia
terrible y entusiasmo ardiente las necesidades inexorables de que está tramada
su vida, acaba por ser la falsificación
de la vida. Su yo auténtico queda ahogado
por su yo “culto”, convencional, social. Toda cultura o grande etapa de ella termina en y por
la socialización del hombre y, viceversa, la socialización arranca al hombre de
su vida en soledad que es la auténtica.
Nótese que la socialización del hombre, su absorción por el yo social,
aparece al extremo de la evolución cultural, pero también antes de la
cultura. El hombre primitivo es un
hombre socializado, sin individualidad.
Se
comete un craso error presumiendo que es ahora cuando se ha inventado la
socialización o colectivización del hombre.
Eso se ha hecho siempre que la Historia caía en crisis. Es la máxima enajenación o alteración del
hombre. En cada crisis, claro está, se
ha verificado pariendo de una dimensión diferente. En el Imperio Romano, desde el siglo III,
por tanto, bajo la política de los Severos, el hombre es estatificado –moral y
materialmente–. Se persigue a los intelectuales, que entonces solían llamarse
filósofos. Se obliga a los hombres más
personales y pudientes de cada municipio, a tomar sobre si la vida de la
ciudad, especialmente las cargas municipales.
Esto aniquiló espiritual y económicamente las minorías mismas que habían
creado el esplendor romano.
Esquemas
de las Crisis Históricas.
José Ortega y Gasset. 1933
La
Causa de las Crisis Históricas cobra actualidad aterradora: La Paradoja
Mortal. Toda Cultura, a fuer de
exitosa, llega a ser vieja, es decir, se anquilosa en refinamientos cada día
más alejados del propósito original. Típico
ejemplo de ello es el engrosamiento de “mandos medios” en toda estructura de
mando. Ello origina la incomunicación
entre la base y la cima de la pirámide.
Dicha incomunicación es fatal, porque disocia lo que debería ser uno y lo mismo. Paradoxa de sistema: Por querer controlar lo
incontrolable, se incrementa el caos.
La
gente queda apresada en las innecesarias complicaciones administrativas, del Decoro y del buen gusto que implica el acatamiento a
esas sofisticaciones inútiles, por lo que su mismo accionar bajo esas instituciones (Toda Cultura es un
repertorio FINITO de Acciones y Prohibiciones) socava el núcleo original, el
propósito fundacional de la misma, produciendo el suicidio colectivo, por
implosión.
Eso
le sucedió al Imperio romano, el epítome de la hegemonía mediterránea, siendo
sucedido por los germanos que sólo ocuparon el vacío. Lo mismo está pasando con la misma Europa y
su apéndice semi bárbaro, EE.UU., que NO pueden existir sin la masiva
inmigración desde el Tercer Mundo. El
futuro es nuestro… o Chino, si logra hacer realidad su mito fundante: El
Imperio Central.
Al
final, estudiar el Universo es estudiarnos a nosotros mismos. Estudiar Lo Grande es la manera más corta de
estudiar lo pequeño, una idea muy pitagórico-platónica, mencionada ya en La
República.