lunes, 19 de febrero de 2018

sábado, 10 de febrero de 2018

LA TECNOLOGÍA DA LA RAZÓN A LA FILOSOFÍA.

Dedicado a mi padre, Enrique Segundo Fermín Mena Díaz, El Tecnólogo.






Las mejores mentes de mi generación se devanan los sesos para lograr que la gente haga clic en un anuncio. Vaya mierda, afirma Jeff Hammerbacher, uno de los primeros ingenieros que trabajaron para Facebook.   Silicon Valley empezó a parecerse a Hollywood.    Mientras tanto, los consumidores a cuyo servicio estaba se habían encerrado en sí mismos, obsesionados con su vida virtual.
Uno de los primeros en afirmar que aquel impasse podía ser síntoma de un problema mucho más amplio fue Jonathan Huebner, un físico que trabaja en el Centro de las Fuerzas Aeronavales del Pentágono, en China Lake (California).   Huebner parece la versión sesentera de un mercader de la muerte.   Es un hombre de mediana edad, delgado y con entradas, a quien le gusta vestirse con pantalones caqui, camisa marrón a rayas y chaquetón caqui.   Ha diseñado sistemas armamentísticos desde 1985, y tiene información de primera mano sobre los últimos avances tecnológicos en materiales, energía y programas informáticos.   Tras el estallido de la burbuja de internet, la mediocridad de las supuestas innovaciones que llegaban hasta su despacho empezó a irritarle.   En 2005 escribió un artículo titulado: «A Possible Declining Trend for Worldwide Innovation» [«Una posible tendencia al declive en la innovación mundial»] que era una acusación contra Silicon Valley o, como mínimo, una ominosa alarma.

Huebner recurrió a la imagen de un árbol para describir el estado de la innovación en aquellos momentos.   El hombre había subido por el tronco del árbol y había llegado a sus grandes ramas, de las que pendían las ideas verdaderamente decisivas (la rueda, la electricidad, el avión, el teléfono, el transistor).   Pero ahora nos hallamos en el extremo de las ramas más altas del árbol y nos dedicamos principalmente a refinar creaciones del pasado.   Para respaldar su argumento, Huebner señalaba que la frecuencia de las invenciones de peso había comenzado a disminuir.   Además demostraba con datos que el número de patentes solicitadas había declinado con el paso del tiempo.   «Creo que la probabilidad de que logremos crear algo que se cuente entre los cien inventos más importantes de la humanidad es cada vez más pequeña —me dijo Huebner en una entrevista—.   La innovación es un recurso finito

Huebner predijo que su reflexión tardaría cinco años en calar, y su pronóstico se cumplió casi a rajatabla.   Alrededor de 2010, Peter Thiel, cofundador de PayPal y uno de los primeros inversores de Facebook, empezó a promover la idea de que la industria tecnológica no cumplía las expectativas de
la gente. «Queríamos automóviles voladores, no mensajes en ciento cuarenta caracteres».   Ese fue el lema de Founders Fund, su nueva compañía de inversiones.   En un documento titulado «What Happened to the Future» [«¿Qué le ha ocurrido al futuro?»], Thiel y sus colaboradores explicaban que Twitter, con sus mensajes de ciento cuarenta caracteres, y otras invenciones similares habían defraudado al público.   Sostenía que la ciencia ficción, que antaño celebraba el futuro, se había vuelto distópica porque la gente había dejado de ser optimista sobre la capacidad de la tecnología para cambiar el mundo.
Elon Musk. El empresario que anticipa el futuro.
Ahslee Vance. 2015. El Mundo de Elon.


Ojalá tuviese a mano el libro Historia Como Sistema, del Viejo Pepe.   La idea base es la misma: La Ciencia era una creencia que demoró dos siglos en desplazar la fe de las masas hacia sí misma, nada menos que desde el Cristianismo, por esa promesa de solucionar los eternos problemas del ser humano.
Llegó la Primera Guerra Mundial y la estúpida masa se dio cuenta que, por el contrario, la ciencia los había magnificado al convertir la Guerra en una Masacre Industrial.   La segunda G.M. sólo confirmaría lo anterior con su broche atómico.

Es decir, la decepción en la madre, traslada el peso de la promesa hacia la hija.   Cuando la gente se da cuenta que, de tal madre tal hija, sólo nos pueden esperar dos G.M. tal como al sueño de la Belle Epoque le sucedió 1914 y al delirio de la Prosperity le sucedió 1939.
Interesante que dicho libro contemple arrancar la ambientación del “Mundo de Elon” con la burbuja de Internet del 2000, crisis infravalorada por la intelectualidad y que obligó a crear la crisis subprime, sobrevalorada y efecto colateral de la anterior.

Remarqué la frase la innovación es un recurso finito por la zencilla razón epistemológica que decía el Viejo Pepe El Tema de Nuestro Tiempo: Si algo nos deja la relatividad einsteniana es un muñón de Universo.   Anti infinitismo y su correlato temporal: Anti instantaneidad.   Es decir: Todo tiene un límite.   De ahí que el temor de Elon sea algo racional: El límite temporal de la humanidad está en cuenta regresiva final.






Apéndice filosófico y verdadera razón de tomarme la molestia.

¿Por qué estudiar el Universo?


Zen.cillo: Como es el Universo, es el Ser Humano, tan sólo otro de los elementos dentro de su Xyztema, ergo, obediente a sus Leyes.   El hecho de que esas palabras las haya dicho un tecnólogo militar yanquiloide (imposible alguien meNOs interesado por tan filosófica cuestión), rozando la conclusión lógica y obvia de los enunciados más abstractos, dichos hace un siglo por los más eminentes teóricos europeos, es prueba concluyente al respecto.
Otra idea esencial del Viejo Pepe.
Precisamente, porque se ha creado una efectiva solución; precisamente porque ya “está ahí”, las generaciones siguientes “NO” tienen que crearla, sino recibirla y desarrollarla.   Ahora bien, la recepción, que ahorra el esfuerzo de la creación, tiene la desventaja de invitar a la inercia vital.   El que recibe una idea tiende a ahorrarse la fatiga de repensarla y recrearla en “sí mismo”.   Esta recreación no consiste en más que en repetir la faena del que la creó, esto es, en adoptarla sólo en vista de la incontrastable evidencia con que se le imponía.   El que crea una idea no tiene la impresión de que es un pensamiento suyo, sino que le parece la realidad misma en contacto inmediato con él mismo.   Están el hombre y la realidad desnudos ambos, el uno frente a la otra, sin intermediario ni pantalla.
En cambio, el hombre que no crea, sino que recibe una idea ya creada, que le facilita su relación con aquella, como una receta, tenderá a “no hacerse cuestión de las cosas”, a no sentir auténticas necesidades, ya que se encuentra con un repertorio de soluciones antes de haber sentido las necesidades que provocaron aquellas.   De aquí que el hombre ya heredero de un sistema cultural se va habituando progresivamente, generación tras generación, a NO tomar contacto con los problemas radicales, a NO sentir las necesidades que integran su vida y, de por otra parte, a usar modos mentales –Ideas, Valoraciones, Entusiasmos– de los cuales NO tiene evidencia, porque no han nacido en el fondo de su propia autenticidad.   Trabaja y vive sobre un estrato de cultura que le ha venido de fuera, sobre un sistema de opiniones ajenas, de otros yos, de lo que está en la atmósfera, en la “época”, en el “espíritu de los tiempos”, en suma, en un yo colectivo, convencional, irresponsable, que no sabe por qué piensa lo que piensa ni quiere lo que quiere.
Toda cultura, al triunfar y lograrse, se convierte en tópico y en frase.   Tópico es la idea que se usa, no “porque” es evidente, sino porque la “gente” la dice.   Frase es lo que no se piensa cada vez, son que simplemente “se dice” o repite.   Mientras tanto se van acabando las consecuencias de esos que ya son tópicos, se van desarrollando sus posibilidades interiores, en suma, la cultura que en su momento originario y auténtico era simple, se va complicando.   Esta complicación de la cultura recibida hace engrosar la pantalla entre el sí mismo de cada hombre y las cosas mismas que le rodean.   Su vida va siendo cada vez menos suya y siendo cada vez más colectiva.   Su ser individual, efectivo y siempre primitivo, es suplantado por el yo que es “la gente”, convencional, complicado, “culto”.   El llamado hombreculto” aparece siempre en una época de cultura muy avanzada y que se compone ya de puros tópicos y frases.
Se trata de un inexorable proceso.   La cultura, el más puro producto de la autenticidad vital, puesto que procede de que el hombre siente con angustia terrible y entusiasmo ardiente las necesidades inexorables de que está tramada su vida, acaba por ser la falsificación de la vida.   Su yo auténtico queda ahogado por su yo “culto”, convencional, social.   Toda cultura o grande etapa de ella termina en y por la socialización del hombre y, viceversa, la socialización arranca al hombre de su vida en soledad que es la auténtica.   Nótese que la socialización del hombre, su absorción por el yo social, aparece al extremo de la evolución cultural, pero también antes de la cultura.   El hombre primitivo es un hombre socializado, sin individualidad.
Se comete un craso error presumiendo que es ahora cuando se ha inventado la socialización o colectivización del hombre.   Eso se ha hecho siempre que la Historia caía en crisis.   Es la máxima enajenación o alteración del hombre.   En cada crisis, claro está, se ha verificado pariendo de una dimensión diferente.   En el Imperio Romano, desde el siglo III, por tanto, bajo la política de los Severos, el hombre es estatificado –moral y materialmente–.   Se persigue a los intelectuales, que entonces solían llamarse filósofos.   Se obliga a los hombres más personales y pudientes de cada municipio, a tomar sobre si la vida de la ciudad, especialmente las cargas municipales.   Esto aniquiló espiritual y económicamente las minorías mismas que habían creado el esplendor romano.
Esquemas de las Crisis Históricas.
José Ortega y Gasset. 1933

La Causa de las Crisis Históricas cobra actualidad aterradora: La Paradoja Mortal.   Toda Cultura, a fuer de exitosa, llega a ser vieja, es decir, se anquilosa en refinamientos cada día más alejados del propósito original.   Típico ejemplo de ello es el engrosamiento de “mandos medios” en toda estructura de mando.   Ello origina la incomunicación entre la base y la cima de la pirámide.   Dicha incomunicación es fatal, porque disocia lo que debería ser uno y lo mismo.   Paradoxa de sistema: Por querer controlar lo incontrolable, se incrementa el caos.
La gente queda apresada en las innecesarias complicaciones administrativas, del Decoro y del buen gusto que implica el acatamiento a esas sofisticaciones inútiles, por lo que su mismo accionar bajo esas instituciones (Toda Cultura es un repertorio FINITO de Acciones y Prohibiciones) socava el núcleo original, el propósito fundacional de la misma, produciendo el suicidio colectivo, por implosión.
Eso le sucedió al Imperio romano, el epítome de la hegemonía mediterránea, siendo sucedido por los germanos que sólo ocuparon el vacío.   Lo mismo está pasando con la misma Europa y su apéndice semi bárbaro, EE.UU., que NO pueden existir sin la masiva inmigración desde el Tercer Mundo.   El futuro es nuestro… o Chino, si logra hacer realidad su mito fundante: El Imperio Central.

Al final, estudiar el Universo es estudiarnos a nosotros mismos.   Estudiar Lo Grande es la manera más corta de estudiar lo pequeño, una idea muy pitagórico-platónica, mencionada ya en La República.