lunes, 5 de noviembre de 2012

LO QUE EL VIENTO ME TRAJO.

UNA PÁGINA SUELTA, MOJADA Y SUCIA DE MI AMADA REVISTA "Ñ", ME ENFRENTÓ A UN NUEVO DESAFÍO FILOSÓFICO.
AQUÍ VA LA TRANSCRIPCIÓN Y COMENTARIO.

Una telenovela de las fisuras.
Eva Halac. Dramaturga. Fue subdirectora del teatro nacional Cervantes.

Las telenovelas son lo más parecido a la realidad, quizá, por eso se ven.   Nadie es quien dice ser, todo se complica innecesariamente, la gente se encuentra pero nunca se dice las cosas que se tiene que decir, se dicen cosas que complican aún más todo, parece que va a pasar algo importante, pero no pasa y cuando pasa es una desilusión, hay desesperación, sufrimiento, odio, envidia, etcétera.
No me acuerdo quién fue que dijo que todo lo que se nombra está muerto.   Entrar en el sistema del lenguaje es asumir que uno ha entrado en la civilización, un juego de adultos crueles y cómodos, un juego empezado, que, además, nos va a sobrevivir.   Entrar en la civilización es asumir que uno ha perdido.   Y entonces apuramos la copa y tragamos toda la ficción completa.   Como en las telenovelas, contamos solamente con el guión de nuestro personaje, decimos lo que hay que decir, no sabemos cómo termina, si funciona, si alguien lo ve.   Nadie lo sabe, ni siquiera los autores, que escriben en forma vertiginosa las palabras que se acomodan a las situaciones.   A veces hay que hacer tiempo con palabras, lo que importa es el amor o el beso o el sexo o la venganza o… ¿Qué es lo que importa?   ¿Para qué el sufrimiento?   ¿Para qué el amor?   ¿De qué se está hablando?   El momento, el instante fugaz de fisura que permite pensar esto, se parece, para mí, al teatro de Spregelburd.   Sus personajes hacen un terrible esfuerzo para sostener la realidad.   Realidad creada a partir de un sistema de palabras, que a su vez, sostiene a los propios personajes.   Si se cae la realidad, todo lo nombrado se muere.   Los comportamientos esforzados parecen ser desesperados, esquizofrénicos o idiotas.   Toda la catástrofe de infelicidad colectiva está puesta en evidencia a partir del encierro provocado por el lenguaje.   Por el sistema de representación de las palabras.   Si las palabras se vacían de sentido, se cae toda la construcción del sistema.   ¿Y qué queda?   ¿Es posible hoy, en pleno siglo XXI, después de todo lo que la humanidad ha demostrado ser, decirle a una persona “te quiero”, “voy a sacar un crédito para comprarme una casa”, “me robaron el celular” o lo que sea, sin pensar que estamos dentro de un guión?
Tenemos una idea del Apocalipsis muy cinematográfica, de tremendas explosiones, pestes horribles, y el ejército infernal surcando el cielo tormentoso a carcajadas.   Pero es posible que el final sea más parecido a una escena de Spregelburd. (Como esa escena genial de Acassuso, donde la madre de una alumna es citada por las maestras para hablar).   Ya es cada vez más difícil disimular la ficción.   No vi todas las obras de Spregelburd, pero en las que he visto o leído, siento que la exposición de la realidad es brutal y me dejan una emoción extraña, como que estamos presenciando el final de todo, pero un final lento y estirado, como el de una telenovela que va perdiendo rating poco a poco, que cuando sacan del aire ya casi nadie mira, porque los(sic) situaciones se ven falsas, los personajes ya no son creíbles, y, en definitiva, (y esto quizá sea lo más terrible) a nadie le importa un corno lo que les vaya a pasar.                                                                                               Ñ. 14-4-2007. El Clarín de Bs.As.


Lunes, 05 de noviembre de 2012

Nombrado, cazado.
La palabra siempre la pensé como una piedra
Puede construir o romper un cráneo
Pero jamás se me había ocurrido
Que fuese el alfiler que nos sujeta
Al insectario patriarcal
Pobrecito Lenguaje
Haber nacido para amarnos
Y ser utilizado para predecirnos
O construir “The Wall”
Para mi madre el lenguaje es una aguja
Inocula
En mi caso amorodio
¿Qué es para ti?
Todas las siguientes.

Complementar con “esquemas de las crisis”: Una idea recibida invita a NO reprensarla, a No pensar… en nada.