lunes, 20 de noviembre de 2017

Lo Peor Está por Repetirse



NO se detendrá la marea revolucionaria que está en marcha, como expresión de la desesperación de las mayorías oprimidas.   Pero aún esto NO será suficiente, ya que la dirección adecuada de ese proceso NO ocurrirá por la sola mecánica de la “práctica social”.   Salir del campo de la necesidad al campo de la libertad, por medio de la revolución es el imperativo de esta época en la que el ser humaNO ha quedado clausurado. (…) La acción política exige, por ahora, la creación de un partido que logre representatividad electoral en distintos niveles.   Pero debe estar claro, desde el 1er momento que esa representatividad tiene por objeto orientar el conflicto hacia el seNO del poder establecido.   En este contexto, un miembro del partido que logra representatividad popular NO es un funcionario público, siNO un referente que evidencia las contradicciones del sistema y organiza la lucha en dirección a la revolución.
Es como si el Estado nacional, diseñado hace 200 años, NO aguantara ya los golpes que le propinan por arriba las fuerzas multinacionales y, por abajo, las fuerzas de la secesión.
La paradoja de sistema NOs informa que, al pretender ordenar el desorden creciente, se habrá de acelerar el desorden.
Pero el desarrollo del sistema continúa más allá de las intenciones de esa miNOría que lucha por concentrar cada vez más los factores de poder y control, provocando con esto una nueva aceleración en el desarrollo del sistema que progresivamente va escapando a su dominio.   De esta manera, el aumento del desorden chocará contra el orden establecido y provocará por parte de ese orden la aplicación proporcional de sus recursos de protección.   En épocas críticas se disciplinará al todo social con todo el rigor de la violencia disponible por el sistema.   Así se llega al máximo recurso disponible: el ejército.   Pero, ¿es totalmente cierto que los ejércitos seguirán respondiendo del modo tradicional en épocas en que el sistema va al colapso global?...  en las últimas etapas de las civilizaciones que precedieron a la actual...   Los ejércitos se alzaron contra el poder establecido, se dividieron en las guerras civiles que ya estaban planteadas en la sociedad y, NO pudiendo introducir en esa situación una dirección nueva, el sistema continuó su dirección catastrófica.   En la actual civilización mundial que se perfila, ¿se tratará del mismo destiNO?
Mario Rodríguez Cobos. Aka Silo. Cartas a mis Amigos. 1989.

Esta burocratización en segunda potencia es la militarización de la sociedad.  El Estado es, ante todo, un productor de seguridad (la seguridad de la que nace el hombre-masa, NO se olvide).   Por eso es, ante todo, ejército.   Los Severos, de origen africaNO, militarizan el mundo.   ¡Vana faena!   La miseria aumenta, las matrices son cada vez meNOs fecundas.   Faltan hasta soldados.   Después de los Severos, el ejército tiene que ser reclutado entre extranjeros.                                                                  La Rebelión de las Masas.  Mi maestririjiYo. 1930

La cultura es la interpretación que el hombre da a su vida, la serie de soluciones, más o menos satisfactorias, que inventa para obviar a sus problemas y necesidades vitales.   Entiéndase bajo estos vocablos lo mismo los de orden material que los llamados espirituales.   Creadas aquellas soluciones, para necesidades auténticas, son ellas también auténticamente soluciones, son ideas, valoraciones, entusiasmos; estilos de pensamiento, de arte, de derecho que emanan sinceramente del fondo radical del hombre según éste era de verdad en aquel momento inicial de una cultura.   Pero la creación de un repertorio de principios y normas culturales trae consigo un inconveniente constitutivo y, en rigor, irremediable.
Precisamente, porque se ha creado una efectiva solución; precisamente porque ya “está ahí”, las generaciones siguientes “NO” tienen que crearla, sino recibirla y desarrollarla.   Ahora bien, la recepción, que ahorra el esfuerzo de la creación, tiene la desventaja de invitar a la inercia vital.   El que recibe una idea tiende a ahorrarse la fatiga de repensarla y recrearla en “sí mismo”.   Esta recreación no consiste en más que en repetir la faena del que la creó, esto es, en adoptarla sólo en vista de la incontrastable evidencia con que se le imponía.   El que crea una idea no tiene la impresión de que es un pensamiento suyo, sino que le parece la realidad misma en contacto inmediato con él mismo.   Están el hombre y la realidad desnudos ambos, el uno frente a la otra, sin intermediario ni pantalla.
En cambio, el hombre que no crea, sino que recibe una idea ya creada, que le facilita su relación con aquella, como una receta, tenderá a “no hacerse cuestión de las cosas”, a no sentir auténticas necesidades, ya que se encuentra con un repertorio de soluciones antes de haber sentido las necesidades que provocaron aquellas.   De aquí que el hombre ya heredero de un sistema cultural se va habituando progresivamente, generación tras generación, a NO tomar contacto con los problemas radicales, a NO sentir las necesidades que integran su vida y, de por otra parte, a usar modos mentales –Ideas, Valoraciones, Entusiasmos– de los cuales NO tiene evidencia, porque no han nacido en el fondo de su propia autenticidad.   Trabaja y vive sobre un estrato de cultura que le ha venido de fuera, sobre un sistema de opiniones ajenas, de otros yos, de lo que está en la atmósfera, en la “época”, en el “espíritu de los tiempos”, en suma, en un yo colectivo, convencional, irresponsable, que no sabe por qué piensa lo que piensa ni quiere lo que quiere.
Toda cultura, al triunfar y lograrse, se convierte en tópico y en frase.   Tópico es la idea que se usa, no “porque” es evidente, sino porque la “gente” la dice.   Frase es lo que no se piensa cada vez, son que simplemente “se dice” o repite.   Mientras tanto se van acabando las consecuencias de esos que ya son tópicos, se van desarrollando sus posibilidades interiores, en suma, la cultura que en su momento originario y auténtico era simple, se va complicando.   Esta complicación de la cultura recibida hace engrosar la pantalla entre el sí mismo de cada hombre y las cosas mismas que le rodean.   Su vida va siendo cada vez menos suya y siendo cada vez más colectiva.   Su ser individual, efectivo y siempre primitivo, es suplantado por el yo que es “la gente”, convencional, complicado, “culto”.   El llamado hombreculto” aparece siempre en una época de cultura muy avanzada y que se compone ya de puros tópicos y frases.
Se trata de un inexorable proceso.   La cultura, el más puro producto de la autenticidad vital, puesto que procede de que el hombre siente con angustia terrible y entusiasmo ardiente las necesidades inexorables de que está tramada su vida, acaba por ser la falsificación de la vida.   Su yo auténtico queda ahogado por su yo “culto”, convencional, social.   Toda cultura o grande etapa de ella termina en y por la socialización del hombre y, viceversa, la socialización arranca al hombre de su vida en soledad que es la auténtica.   Nótese que la socialización del hombre, su absorción por el yo social, aparece al extremo de la evolución cultural, pero también antes de la cultura.   El hombre primitivo es un hombre socializado, sin individualidad.
Se comete un craso error presumiendo que es ahora cuando se ha inventado la socialización o colectivización del hombre.   Eso se ha hecho siempre que la Historia caía en crisis.   Es la máxima enajenación o alteración del hombre.   En cada crisis, claro está, se ha verificado pariendo de una dimensión diferente.   En el Imperio Romano, desde el siglo III, por tanto, bajo la política de los Severos, el hombre es estatificado –moral y materialmente–.   Se persigue a los intelectuales, que entonces solían llamarse filósofos.   Se obliga a los hombres más personales y pudientes de cada municipio, a tomar sobre si la vida de la ciudad, especialmente las cargas municipales.   Esto aniquiló espiritual y económicamente las minorías mismas que habían creado el esplendor romano.                                                                                 Esquema de las Crisis. José Ortega y Gasset. 1933

Tengo por compañero de pensión un hombre que me demostró duramente lo cierto del origen emocional de las ideas, como sostienen tanto el Evangelio como el viejo Berto.
Él invoca la disciplina social y la sabiduría ancestral para justificar el patriarcado.   Ambos argumentos son variantes de la famosa falacia lógica llamada AD POPULUM, por los retóricos latinos.   Elevar a categoría de “Verdad Revelada” la opinión de la gente es la contradicción misma de la epistemología (la disciplina filosófica que estudia las ciencias), en tanto que son ellas mismas las que han demostrado hasta la saciedad que Lo Verdadero, rara vez tiene que ver con lo que la gente dice.
Entonces, ¿por qué sucede este tipo de cosas, en alguien que tiene credenciales sociales de racionalidad a toda prueba?   Esto sucede cuando una persona se enamora de su némesis (complejo de Edipo–Electra) y su pareja le hace sufrir “las de quico y caco”, justificando la deslegitimación del otro.
Este hombre está sangrando por la herida, pero su sangrado es el peor de todos, porque su costra, al igual que la mía, es del tipo que genera cultura.   Ya Kafka reveló que todo intelectual es como una ostra: Su dolor lo convierte en perlas (obras).   Después todos pagarán por ornarse con ellas, especialmente las mujeres más frívolas (Salomé), remarcaría el Viejo Pepe.
Su esposa lo ha dejado cuatro veces y ahora lo acusa, según él injustamente, de violencia intrafamiliar.   Ante la medida precautoria de una jueza de NO acercarse a ella, impidiéndole ver a sus hijos, ha tomado la idea de que el Mercado favorece la conspiración en contra de los hombres, por parte de mujeres resentidas por el complejo de inferioridad (Freud), como bandera de lucha.   Su argumento de fondo es que El Mercado gana más mano de obra barata y consumidoras que facilitan el crecimiento de la economía (lo cual es cierto, pero NO es la génesis del “empoderamiento” femenino).
Lo malo es que cuenta con amplias certificaciones sociales (dos licenciaturas y un Magister en epistemología), para apoyar dichas ideas.   Cuando estábamos en las presentaciones, al decirme que era máster en ella, creí que el Destino lo había colocado a mi lado para ayudarme a saber más al respecto.   A los pocos minutos de ello, me impactó el giro del Destino al conocer sus tesis fundamentales.   Me di cuenta de la triste y terrible realidad a la que nos ha llevado el Destino o Dios: Yo, el paladín de una Sociedad neofilial, donde todos somos hermanos, en igualdad de condiciones, saberes y autoridad o mando,  soy un simple don nadie.   Socialmente estoy en una lucha entre David y Goliat.   Donde este David NO tiene por dónde ganarle a este Goliat, socialmente legitimado.
Los nazis invocan esas mismas dos razones (disciplina social y sabiduría ancestral) para “restaurar la sociedad a su antiguo esplendor” y endurecer la pirámide social.   Las feminazis, aportan lo suyo, queriendo reemplazar al patriarcado con un matriarcado tan duro como aquel.   Ninguno de los dos está abierto a la posibilidad de que NO sea necesaria pirámide alguna para poder convivir como sociedad.   Lo peor del momento actual chileno es que la alta votación obtenida por Kast en la reciente elección presidencial es que estos argumentos falaces NO sólo continúan vivos, sino que están creciendo en popularidad.
El problema NO es de género, sino de mentalidad: Verticalidad del mando versus Horizontalidad del conocimiento y el poder que el conocimiento entrega.   Los dos brazos del nazismo están de acuerdo en una CREENCIA fundamental: La Imprescindible existencia de una jerarquía de dominación y la inexistencia (por ignorancia) o la imposibilidad (por incredulidad) de una jerarquía de actualización.
Estos son los dos polos mentales en que está dividida la Humanidad y, como es incapaz de decidir por uno de ellos, este mundo (que algunos creen el último, el mejor y EterNO) será partido en dos por la inevitable simbiosis de los neonazis y las feminazis, porque, en medio de esta discusión de sordos, NO hay alguien lo suficientemente “autorizado”, para zanjarla.   Un nuevo Principio de Legitimidad, diría Gulgielmo Ferrero.  Eso es lo que el Viejo Pepe llama Crisis Histórica: una sociedad, en nuestro caso, globalizada, dando tumbos en todas direcciones, porque carece de UN sentido de la vida, al tener dos o más en disputa de las almas.   Ninguno de los dos con la suficiente “fuerza” para unificar la sociedad, ya que uno está muriendo y el otro apenas es un presentimiento y la gente NO se guía por presentimientos, es decir, las teorías de unos pocos.
Como coincidían tanto el Viejo Pepe, como Ferrero: El viejo sistema se resiste a morir y el nuevo sistema NO logra consolidarse, por lo que a los ojos de los presentes se ve como un fracaso, siendo que es abortado por los hombres que sustentaron lo mismos principios que derrocaron a las sociedades matrízticas hace 5.125 años: La vida es competencia y sólo merece vivir quien la gana.
Lo más gracioso es que tanto Gasset como Ferrero eran defensores acérrimos del patriarcado y yo utilizo sus ideas para subvertir ese Ancien Regimen (Antiguo Régimen llamaban los Ilustrados a la monarquía).
La carnicería volverá a repetirse y como los patriarcales son sus expertos, volverán a ganar.   Creo que estaré muerto antes de verla.   Eso sucede porque “Nadie es profeta en su tierra”.   Bien merecido se lo tienen.   Yo cumplí mi parte, al avisarles, pero es imposible que los sordos oigan.   Si rechazaron al Viejo Berto Maturana, que es el científico chileno más prestigioso de toda la Historia shilensis, ¿qué queda para mí?   El Martirio.

Kenai Etznab
El pobrecito Poetirijiya.

Epílogo: Adjunto lo esencial para al discernimiento personal.
COMPONENTE
MODELO DOMINADOR
MODELO SOLIDARIO
1. Relaciones de género
Lo masculino supera en rango a lo femenino, y los rasgos y valores sociales estereotípicamente asociados con la "masculinidad" se valoran más que aquellos asociados con la "feminidad" (1)
La ideología imperante valora por igual lo femenino y lo masculino, y otorga primacía operacional a los valores estereotípicamente femeninos" como la crianza y la o violencia.
2. Violencia
Existe un alto nivel institucionalizado de violencia social y abuso, desde el maltrato a la esposa e hijos, violación y abuso psicológico por parte de "superiores" en la familia, el lugar de trabajo y la sociedad en general.
Violencia y abuso no son componentes estructurales del sistema, de modo que tanto niños como niñas pueden aprender la resolución no violenta de conflictos. Por consiguiente, hay un bajo nivel de violencia social.
3. Estructura social
La estructura social es predominantemente jerárquica (2) y autoritaria, donde el nivel de jerarquía y autoritarismo corresponde aproximadamente al nivel de dominio masculino.
La estructura social es en general más igualitaria, con diferencias (ya sean de género, raza, religión, preferencia sexual o sistema de creencia) no asociadas automáticamente con un estatus social y/o económico superior o inferior
(1)  Cabe señalar que, en este contexto, los términos "feminidad" y "masculinidad" corresponden a los estereotipos sexuales construidos socialmente para una sociedad dominadora (donde la masculinidad se iguala a dominio y conquista, y la feminidad a pasividad y sumisión), y no a rasgos femeninos o masculinos inherentes.
(2) En este contexto, el término jerárquico se refiere a lo que podríamos llamar jerarquía de dominación, o el tipo de jerarquía inherente a un modelo dominador de organización social, basado en el temor y la amenaza de dolor. Estas jerarquías deben distinguirse de un segundo tipo, que podría llamarse jerarquía de actualización. En biología, corresponde a la jerarquía de moléculas, células y órganos del cuerpo: una progresión hacia un nivel de función superior y más complejo. En los sistemas sociales, las jerarquías de actualización se dan junto con la igualación del poder con el poder para crear y para concretar nuestros más altos potenciales en nosotros mismos y otros.
4. Sexualidad
La coerción es un elemento importante en la selección de pareja, relación sexual y procreación, con la erotización de la dominación y/o la represión del placer erótico mediante el temor. Las principales funciones del sexo son la procreación masculina y la descarga sexual masculina.
El respeto mutuo y la libertad de elección para mujeres y hombres son las características de la selección de pareja relación sexual y procreación. Las principales funciones del sexo son el vínculo entre mujer y hombre mediante el dar y recibir placer mutuo y la reproducción de la especie.
5. Espiritualidad
El hombre y la espiritualidad están sobre la mujer y la naturaleza, justificando su dominio y explotación. Los poderes que rigen el universo se representan como entidades castigadoras, ya sea como un padre desapegado cuyas órdenes se deben obedecer bajo pena de terribles castigos, una madre cruel o demonios y monstruos que se deleitan atormentando arbitrariamente a los humanos y que, por lo tanto, deben ser aplacados.
Se reconoce y valora la dimensión espiritual de los poderes vivificantes y sustentadores de la mujer y la naturaleza, así como los de los hombres. La espiritualidad se vincula con la empatía y la equidad, y lo divino se representa mediante mitos y símbolos de amor incondicional.
6. Placer y dolor
La imposición o amenaza de dolor es esencial para mantener el sistema. Los placeres del tacto en las relaciones sexuales y paternales se asocian con dominación y sumisión y por lo tanto con dolor, ya sea en el llamado amor carnal del sexo o en la sumisión a una deidad "amorosa". Se santifica la imposición y/o el padecimiento del dolor.
Las relaciones humanas se mantienen más por lazos de placer que por temor al dolor. Los placeres de las conductas de cuidado se apoyan socialmente y el placer se asocia con la empatía por otros. Se considera sagrado cuidar, hacer el amor y otras actividades que generan placer.
7. Poder y amor
El poder supremo es aquel para dominar y destruir, simbolizado desde la remota antigüedad por el poder letal de la espada. "Amor" y "pasión" se usan con frecuencia para justificar actos violentos y abusivos de quienes dominan, como la matanza de mujeres realizada por hombres cuando sospechan su independencia sexual o las "guerras santas" libradas en nombre del amor a una deidad que exige obediencia de todos.
El poder supremo es aquel para dar, nutrir e iluminar la vida, simbolizado desde la remota antigüedad por el cáliz o grial sagrado. El amor se reconoce como la máxima expresión de la evolución de la vida en el planeta, así como el poder unificador universal.
Epílogo al libro PLACER SAGRADO de Riane Eisler, al cual el Viejo Berto escribió su Prefacio.

Para entender las falacias lógicas en que cae mi inesperado adversario intelectual, recomiendo visitar la Santa Wikipedia.   Tan sólo adelantaré que bajo aquellas falacias lógicas (pecados de la mente que un epistemólogo de verdad, en serio, NO cometería jamás) cayeron insignes próceres de La Humanidad, como Sócrates, Jesús, Séneca y Giordano Bruno, sólo por nombrar a los más famosos.   Quiera la GranDiosa Verdad que NO me una a tan selecto Club de los Filósofos Asesinados por su sociedad.



sábado, 18 de noviembre de 2017

Notas Acerca del Encanto de lo Oculto



Por José Ortega y Gasset

Para mi maestra LoL.
INTRODUCCIÓN

Moraleja de un cuento chino

A Ling Yu Tang y su
Importancia de Vivir

La Belleza y la fealdad tienen el mismo origen
Decisión Informada
Ella sabía que era fea
Ella sabía que era bonita
Ella se ocultaba
Ella se exhibía

He decidido comenzar esta inmensa carta con este Poemirijiya de mi autoría, porque tu fuerte declaración del otro día NO me dejó indiferente y me recordó estas viejas ideas.   Además, considero mi deber, como filósofo, llevar claridad mental ante un dolor emocional.
Soy viejo, tengo más de 44 años, y llevo décadas estudiando el alma humana, por lo que he llegado a saber algunas cosas.   Me reí con ganas cuando confesaste tu pena de amor, pero como no nos habíamos presentado, no sabía cómo acercarme.   Me dije: “Ya, aquí vamos, otra vez.   ¡Siempre llega un náufrago a mis costas, cuando estoy tratando de salvar el mundo por Internet! ¡Ja, ja, ja!”.
Eres el tipo opuesto de mujer a mi señora, exagerando un poco, como los estereotipos de animé tsundere/yandere, pero, al igual que ella, escondes tu belleza.   Eres una mujer compleja,  ello hace que sólo un hombre inteligente puede apreciarte.   Por eso mantuve la distancia y paulatinamente comencé a acercarme, usando la estrategia Jericó, para NO espantar.
Estaba esperando a que te acercaras, para apreciar tu energía y ¡es de alto octanaje!   ¡Nunca antes había jugado tan bien!   Tienes instinto innato de couching.   Si te pusieras en serio, podrías dirigir muy bien un equipo de LoL o de lo que sea realmente competitivo.   Tienes talento para eso.
Tu caso no deja de ajustarse al tema del viaje, sólo que de otro modo.   Los realmente hombres deseamos un viaje y nos gustan las personas que se presentan como compañeros o destino de ese viaje.   De ahí el “natural atractivo” de los parajes exóticos.   Mi impresión es que, para variar, el tipo en cuestión NO te vio como un paraje lo bastante exótico como para ir hacia ti.   Esta impresión se debe a que sólo vio la superficie y realmente tiene trastocadas las prioridades de la vida.
Tienes razón y me reí por la manera extremadamente dura y cortante como planteaste esa idea.   Lo que te presento a continuación son los matices y derivaciones de esa idea: El hombre desea lo que NO posee y es mayor su deseo en tanto que eso es más difícil de poseer.   Ese tipo de hombre es un imbécil.   Un monigote que sólo está buscando a su madre, como dijo Freud, que está preso de su complejo de Edipo.    El verdadero hombre, el inteligente, busca una mujer que NO sea como su madre, porque busca un viaje hacia una isla encantada, donde hay un tesoro desconocido.
Ese tesoro desconocido es la mujer inteligente.   Lo digo por experiencia propia: Hasta conocer a mi esposa, NO conocí una sola mujer inteligente… y poderosa.   Dueña de sí misma.    Capaz de decir NO a esos imbéciles que sólo quieren lo superficial y son ciegos a lo profundo.   Esos egoístas que sólo usan a las mujeres para su placer y después las desechan.   Los masoquistas que sólo les gustan las maracas que los hacen sufrir, para demostrar su poder y dominio.
Ojo con lo que deseas, porque es una proyección de uno mismo.   ¡Todos somos unos malditos masoquistas!   La única diferencia es cuánto dolor queremos sufrir, antes de emprender el camino del desarrollo personal.


Divagación Ante el Retrato de la Marquesa de Santillana

Para mi gusto, lo más interesante de la Exposición[1] es este cuadro de Jorge Inglés.    Si los proyectos de feminidad que aquí se insinúan hubiesen madurado, esta galería de cuatro siglos sería muy otra y muy otra la historia de España.
Es tan femenino este cuadro que empieza por engañar.   En el transeúnte apresurado deja el recuerdo de un recinto tranquilo y repuesto, poblado con la paz de la oración.    Sobre el reclinatorio, que hace de mística navecilla, un corazón de mujer pone proa hacia celestes abstracciones.
Nada más femenino, repito, que ofrecer dos aspectos muy distintos: uno para e que pasa de largo, otro para el que se detiene devoto.   Si se quiere conocer a la mujer es preciso detenerse ante ella o, dicho de otra manera, es preciso “flirtear”.   No existe otro método de conocimiento.   El flirt es a la mujer, lo que el experimento a la electricidad.   Pues bien, el flirt comienza por una detención, merced a la cual se convierte el transeúnte apresurado en interrogador que inicia una conversación particular.   Cuando Fernando Lasalle, precursor del actual movimiento obrero, se iba a casar, daba la noticia a un amigo parodiando la terminología hegeliana: “Me voy a individualizar en una mujer”, escribía.   En efecto, la mujer no revela su segundo aspecto, el verdadero y propio, sino al que se individualiza ante ella y deja de ser el hombre en general, el que se pasa de largo, cualquiera.   En esto como en todo, la psicología de la mujer es opuesta a la del varón.   El alma masculina vive proyectada preferentemente hacia obras colectivas: ciencia, arte, política, negocio.   Esto hace de nosotros naturalezas un poco teatrales: lo mejor, lo más propio e individual de nuestra persona lo damos al público, a los seres innominados que leen nuestros escritos, aplauden nuestros versos, nos votan en las elecciones o compran nuestras mercancías.  El escritor representa la forma extrema de esta impudorosidad al ser más íntimo con el público anónimo que con su más íntimo amigo.   El hombre vive de los demás y por ello vive para los demás.   A esto aludía yo cuando hablaba del servilismo que el destino varonil lleva consigo.
La mujer, en cambio, tiene una actitud más señorial ante la existencia.   No hace depender su felicidad de la benevolencia de un público ni somete a su aceptación o repulsa lo que es más importante en su vida.   Más bien al contrario, adopta una actitud de público en cuanto parece ser ella la que aprueba o desaprueba al hombre que se aproxima, la que entre otros muchos, lo selecciona y escoge.   De modo que el hombre, al verse preferido, se siente premiado.   Es curioso que esta concepción de la mujer como premio del hombre aparece ya en las sociedades más antiguas; así, la Ilíada echa a volar el enjambre sonoro de sus hexámetros con el fin de contarnos la cólera de Aquiles, furioso porque le han arrebatado la dulce esclava Kriseis, que era el premio de sus hazañas.   Posteriormente, el valor de este premio sube de punto al no ser concedido por la autoridad o por un tribunal, sino que se deja al premio mismo decidir quién es el premiado.
Comparada con el hombre, toda mujer es un poco princesa: vive de sí misma y, por ello, vive para sí misma.   Al público presenta sólo una máscara convencional, impersonal, aunque variamente modulada; sigue la moda en todo y se complace en las frases hechas, en las opiniones recibidas.   Su afición a las galas, a las joyas, a los afeites pudiera considerarse una objeción radical contra esto que digo.   En mi entender, lejos de oponerse a ello, lo confirma.   La vanidad de la mujer es más ostentosa que la del hombre precisamente porque se refiere sólo a exterioridades; nace vive y muere en ese haz externo de su vida a que me he referido, pero no suele afectar su realidad íntima.   La prueba de ello es que esa vanidad del atuendo, frecuente en la mujer, no nos permite inferir las condiciones de su carácter con la misma seguridad que si se tratase de un hombre.   La vanidad del varón, menos ostentosa, es más profunda.   Si el talento o la autoridad política saliesen a la cara, como ocurre con la belleza, la presencia de la mayor parte de los hombres sería insoportable.   Afortunadamente, esas excelencias no consisten en rasgos quietos, sino en acciones y dinamismos que requieren tiempo y esfuerzo para ejecutarse, que no pueden ser mostradas, sino demostradas.
Tal es la diferencia en la relación con el público del hombre y la mujer, que lleva signos contrarios.   Cuanto mayor aparato y cuidados pone la mujer al presentarse en público mayor es la distancia que establece entre éste y su verdadera personalidad.   Así, a medida que aumenta el boato de que una mujer se rodea, crece el número de varones que se sienten eliminados de la opción a sus preferencias y se saben condenados a una actitud de lejanos espectadores.   Diríase que el lujo y la elegancia, el adorno y la joya que la dama pone entre sí y los demás llevan el fin de ocultar su ser íntimo, de hacerlo más misterioso, remoto e inasequible.   El hombre, en cambio, da a la publicidad lo que más estima en sí, su más recóndito orgullo, aquellos actos, aquellas labores en que ha puesto la seriedad de su vida.   La mujer tiene un exterior teatral y una intimidad recatada; en el hombre es la intimidad lo teatral.   La mujer va al teatro; el hombre lo lleva dentro y es el empresario de su propia vida.
En las ideas usuales sobre psicología de ambos sexos no hallo debidamente acentuada esta discrepancia radical.   Se trata de dos instintos contrarios: en el hombre hay un instinto de expansión, de manifestación.   Siente que si lo que él es, no lo es a la vista de los demás, valdría tanto como si no lo fuera.   De aquí su afán de confesión, el prurito de evidenciar su persona interior.   El lirismo procede, en definitiva, de este genial cinismo varonil.   A veces esta propensión a expresar su intimidad, como si en la transmisión a los demás cobrara su plenaria realidad, degenera en contentarse con decir las cosas, aunque éstas no existan.   Una buena parte de los hombres no tiene más vida interior que la de sus palabras y sus sentimientos se reducen a una existencia oral.
Hay por el contrario, en la mujer, un instinto de ocultación, de encubrimiento: su alma vive como de espaldas a lo exterior, ocultando la íntima fermentación pasional.   Los gestos del pudor no son sino la forma simbólica de ese recato espiritual.   No es el cuerpo lo que le importa defender de las miradas masculinas, sino aquellas ideas y sentimientos suyos referentes a las intenciones del hombre con respecto a su cuerpo.   El mismo origen tiene la mayor frecuencia e intensidad del azoramiento en la mujer.   Es éste una emoción suscitada por el temor de ser sorprendidos en nuestros pensamientos y afectos.   Cuanto mayor es el deseo de mantener secreto algo de nuestra vida interior, más expuestos nos hallamos al azoramiento.   Así el que miento suele azorarse, como si temiese que la mirada del prójimo perforara su palabra mendaz y pusiese a descubierto la verdadera intención que ocultaba.   Pues bien, la mujer vive en perpetuo azoramiento, porque vive en perpetuo encubrimiento de sí misma.   Una muchacha de quince primaveras suele tener ya más secretos que un viejo, y una mujer de treinta años guarda más arcanos que un jefe de Estado.
Suele olvidar el hombre esa condición, por esencia latente, de la personalidad femenina, y por eso en su trato con la mujer va de sorpresa en sorpresa.   Normalmente, el primer aspecto de una mujer excluye la posibilidad de que aquella delicada, juguetona, ingrávida figura, todo desdenes y fugas sea capaz de pasión.   Toda mujer parece una santita, si creemos que la santidad consiste en resbalar sobre la vida sin dejarse comprometer por ella.   Y, sin embargo, la verdad es todo lo contrario: esa casi irreal figura no hace otra cosa que esperar la ocasión para arrojarse en un torbellino apasionado con tal ímpetu, decisión y valentía, con tal olvido de penosas consecuencias, que el hombre más resuelto queda siempre a la zaga y, avergonzado, se descubre a sí mismo como un temperamento utilitario, calculador y vacilante.   Mas, para que esa vitalidad profunda o individual se manifieste, es preciso que el hombre deje de formar parte del público y por uno u otro motivo se destaque individualmente ante ella.
A éstas y a innumerables consideraciones da pretexto el caso de este cuadro en que Jorge Inglés perpetúa la imagen de la Marquesa de Santillana.   Porque a primera vista encontramos una dama preocupada de la oración, sumergida querubínicamente en una atmósfera quieta, abstracta y litúrgica.   Mas si insistimos veremos salir del cuadro volando sedienta, hacia la luz, la eterna mariposa apasionada.
Como he dicho encierra este cuadro un delicioso dualismo.   Primero nos parece habitado por la quietud y con un vago olor de incienso.  Mas si insistimos, notamos en él la germinación de todas las inquietudes y por la reja y la puerta del oratorio sentimos penetrar una brisa terrestre que orea con su blanda turbulencia la fina cabeza de la dama.
La técnica misma del cuadro es irresoluta: dos principios pictóricos riñen su batalla indecisa en la mano del artista.   El Norte y el Sur, Flandes e Italia se persiguen hostiles por todos los rincones de la tabla, como en un canto homérico Héctor y Diómedes.   Esta vacilación pictórica es tan sólo síntoma de una contienda más grave que arrastra la obra entera, desde la inspiración del maestro hasta el ser mismo de la persona representada: aquí luchan cuerpo a cuerpo goticismo, que es Edad Media, que es ascetismo, y Renacimiento, que es rumor de tiempo nuevo y triunfo de esta vida sobre la otra.
La dama ha sido perpetuada en la acción que la Edad Media prefería: orando.   Sin embargo, fijémonos.   Las manos quisieran aspirar al Empíreo.   ¿Qué las detiene?  ¿Por qué quedan palpitando en el aire como unas alas de paloma desorientada?   No se sabe bien, no se sabe bien.   Hay en los gestos humanos esenciales equívocos y cuando alguien eleva juntas las palmas de sus manos ignoramos si va a sumergirse en la oración o va a arrojarse al mar.   Un mismo ademán preludia las dos opuestas aventuras.
La Marquesa de Santillana prepara, pues, sus manos a la plegaria, pero no ha olvidado de ceñir cada falange de cada dedo con un anillo festival.   Son tenues aros donde van prendidos un carbunclo, un granate, una amatista, un zafir. El traje ceremonial de esta marquesa derrama en su ondeo magníficos perfumes de corte de amor.
Su marido, el amable poeta, uno de los más jugosos brotes del Renacimiento en España, había recogido la herencia del lirismo provenzal, lo mismo que hicieron Dante y Petrarca.   Tal vez por ello la silueta de esta dama trae a nuestra memoria aquellos palacios provenzales conde en el siglo XIII, bajo el nombre de cortezía, hizo su entrada subrepticia, en la sociedad teológica el culto de los mejores instintos humanos[2].
Pero el dramatismo sutil del cuadro ha venido a concentrarse en la gentil cabeza, dotada de tan extraño vigor expresivo que logra triunfar sobre la complicación del tocado y la insuficiencia del artista.  ¡Con qué gracia vibra en el viento, como flor en el prado, este menudo rostro a quien una mano inferior ha impuesto unos ojos apócrifos!   Las facciones carecen de la vulgar belleza que se contenta con la corrección: son rasgos finos, distinguidos, que valen por el espíritu que expresan.
Hay semblantes de mujer en que resume todo un doctrinal de vida y pueden servirnos de norma para conducir nuestros actos y gobernar nuestros juicios.   Cuando Goethe, hastiado de la inelegancia germánica, desciende a Italia en busca de una más delicada regla vital, va ocupado con la composición de Ifigenia.   Al pasar por Bolonia se detiene ante una Santa Ágata de Rafael.   “El artista –escribe en su diario– le ha dado una doncellez sana y segura de sí misma, exenta de frialdad y de aspereza.   Me he fijado mucho en el semblante y he de leerle en mi espíritu mi Ifigenia, porque no debe salir de los labios de mi heroína nada que esta santa no pudiera decir”.   Como la obra literaria no es en Goethe cosa distinta de su propia vida personal, significan estas palabras que el gran germano insatisfecho, al pasar ante el cuadro de Rafael, corrige el perfil de su alma ajustándolo a la pauta que aquel rostro irradia.
No se puede pedir tanto a la obra de Jorge Inglés.  Pero hay en ella gérmenes de una posible existencia superior que, desarrollados, podrían afinar las almas de los que vivimos en esta vertiente del Guadarrama, donde la Marquesa habitó.  Pasa por esta figurilla, estremeciéndola, un soplo de vitalidad exquisita que no se vuelve a aparecer en el resto de la Exposición.   Cuando lleguemos a los lienzos de Goya volveremos a hallar en sus mujeres vitalidad, pero ya no encontraremos exquisitez.
Lejos de mi ánimo poner en duda la piedad con que reza esta dama; pero si intento aclararme la actitud de su cabeza y de sus manos, inevitablemente imagino el gesto que hace la corza cuando desde el fondo de la umbría oye sonar a lo lejos el primer ‘¡halalí!’ que corre por los linderos del bosque.   Sin que se sepa de dónde llega, una incitación apasionada ha venido a herir el corazón de esta marquesa.   Sospechamos que está en el oratorio de paso hacia una pasión.   Ya se oye, ya se oye el galopar de los caballeros ideales y el latir afanoso de los canes instintivos.   La dama siente un misterioso afán de huida.   No hace falta más para que la eterna escena venatoria se cumpla.   En la caza, la misión de la pieza es huir arrastrando al cazador y la jauría en su torbellino de persecución.   Así, en el frenesí de los amores, la mujer colabora primero con una apariencia de pavor y fuga.
Piensen otros lo que gusten: para mí, la culminación de la vida consiste en una pasión limpia y finamente dramática.




EN EL “BAR BASQUE”

Entre los consumidores predominan las norteamericanas.   El viejo continente se ha llenado de norteamericanas que llegan de ultramar decididas a confundirlo todo.  Nadan, beben, fuman, flirtean, juegan al golf, bailan sin cesar, en España torean y prueban su cultura hablando de espiritismo.   La cuestión es no parar.
Frente a nosotros hay dos judías y no lejos unas damas argentinas.   Exquisitas, ingrávidas, suaves, casi irreales en su perfecta indumentaria, unas y otras dan una impresión de extrema modernidad.   Y, sin embargo, por una inevitable asociación no puedo mirarlas sin ver tras sus tenues perfiles inmensas manadas de ovejas.   Acompañan virtualmente a las hebreas los corderos bíblicos, a las criollas, las infinitas merinas de la Pampa.   Estas tenuidades, estas gracias sutiles y alquitaradas no serían posibles sin enormes rebaños detrás, que no para sí mismos llevan sus vellocinos.   Mi amigo y yo conversamos un rato sobre el triunfo de los pueblos pastoriles sobre las cisternas de Canaán y los ñandúes australes.
Hay en el ambiente una jovialidad festiva que aguza la mente y la hace elástica.   No se puede desconocer que los franceses han sabido dar a una comida toda la fina exaltación de que es capaz.   Sobre todo desde que han aceptado una alianza con el Cocktail anglosajón.
Sin embargo, nuestros entusiasmos comienzan a organizarse especializándose y los de mejor calidad acaban por rendirse ante una mujer que entra acompañada de otra y precedida del más correcto entre los ancianos.   ¿Por qué esta mujer nos interesa tanto, con un interés respetuoso y delicado?   ¿Por qué quisiéramos ser sus amigos y poder recoger esta frase que ahora ha debido decir, con una sonrisa tan leve y contenida como si una rienda espiritual la retuviese?   Todas estas otras mujeres tan elegantes no nos interesaban nada.   ¿Por qué?
El tema es complicadísimo y obligaría a aventar secretos un poco crudos.   Sería forzoso decir que la mujer elegante, con frecuencia no es la más interesante.   ¿Qué le vamos a hacer?   No se puede ser todo.   Pero esto a su vez requeriría aclaración, porque de la elegancia se suelen tener ideas muy equivocadas.   La elegancia se convierte en un oficio y, a fuer de tal, en una servidumbre, la más dura y constante.   La ‘elegante’ está todo el día al servicio de su elegancia.   Tiene que asistir a los quince lugares cotidianos donde es elegante ir.   La elegante vive siempre atropellada.   Ya esto basta para que no pueda interesar.   La admirable mujer que ahora nos preocupa revela en todo su ser un tesoro compuesto de horas de soledad.   Se ve que abre en cada jornada un largo espacio para sí, que se liberta de los demás.   Hay ciertas cristalizaciones en química que sólo se producen en lugares quietísimos, exentos de toda trepidación, en el lugar más recóndito de todo el laboratorio.   Así, las mejores reacciones espirituales que enriquecen y pulen la persona necesitan calma, ocio profundo, un no hacer nada para dejar que la milagrosa germinación se produzca.   Esta mujer no volverá aquí en el resto del verano.   Se ve que no va a todas partes, que no acepta el repertorio común de posibilidades, sino que elige y se queda con algunas, muy pocas.   Y este divino gesto de elegir –dejar muchas, retener una– domina toda su persona.   Así, las elegancias, al llegar hasta ella, se detienen y se inclinan.   En su traje las modas colaboran, pero rebajadas en un tono, como si una mano puesta sobre ellas las hubiese vencido.   Y, sobre todo, la máxima diferencia: las demás mujeres que hay aquí parecen estar aquí enteras.   Ésta, en cambio, permanece ausente; lo mejor de sí misma quedó allá lejos, adscrito a su soledad, como las ninfas amadríadas, que no podían abandonar el árbol donde vivían infusas.   He aquí la razón de nuestro interés.   Interesa lo que se presume y no se ve.   Esta mujer posee un arcano hinterland...[3].


Conclusión personal:
NO todo ente femenino es una Mujer.   Una Mujer se construye con 10.000 horas de vuelo hacia los mejores ideales que es capaz de concebir, porque NO sólo se conciben hijos, sino, sobre todo, ideas.
Piensa lo siguiente: ¿Cuándo te diste cuenta de mi existencia?   ¿Qué sabías de mí antes de esta carta filosófico–psicológica?   Me mata la curiosidad y me aterra conocer tu punto de vista.   En mi adolescencia, ni se me ocurriría acercarme a alguien como tú, de puro terror.   Era un chico muy tímido y todavía me queda algo de eso.
Consejo: Fíjate en alguien tímido y con buenas notas.   ¡Somos los peores!   Tu actitud fuerte los despeinará, mostrándole el otro lado de la vida.
Voy hace meses a ese local, pero sólo de vez en cuando y con el tiempo en mi contra, por lo que NO me fijaba en nadie, salvo el antiguo dependiente que sigue jugando.   Sólo hace unas semanas, he tenido tiempo para quedarme más tiempo y hacerme conocido de los habitué que juegan LoL, mi placer culpable.
Lo juego hace tres años a instancias de mis sobrinos, que me hablaron tanto de él, que, fiel a mis principios de historiador, tenía que experimentar una las megatendencia de mis tiempos, para comprenderlos.   Y heme aquí, ¡vicioso!   ¡Ja, ja, ja!   Después de un tiempo, le dije al sobrino más fanático: Es ajedrez con nitro.
Sólo hace unas semanas el dependiente me dijo que eras mujer, ¡sigo siendo el mismo pavo de siempre!   Entonces pasaste automáticamente al centro de mi atención.   Mi curiosidad te convirtió en Destino de viaje de Descubrimiento.   Tu estilo me recordaba al de un personaje, pero NO recordaba a cuál de todos, hasta que recordé esa película y el hecho de cómo el tipo que se creía inteligente, ¡NO vio el tesoro delante de él!
Después de tus fuertes declaraciones recordé estos antiguos textos de mi maestro y me di risa a mí mismo, por el papel que me toca jugar en este melodrama: El más correcto entre los ancianos.   Yo, que pocas veces en mi vida he sido correcto, estoy obligado a ser ejemplar.   Date cuenta de algo único: Puedes presumir de  algo que muy pocas mujeres en el mundo pueden decir: inspiraste a un filósofo a poner por escrito sus pensamientos, cosa que nos da lata.
Tu estilo de ser me recuerda al de la joven protagonista de la película La Chica del Dragón Tatuado”, que imagino habrás visto y te habrás identificado con ella.   Como el personaje de ficción, también eres “dura por fuera y tierna por dentro”.    No ocultas tu verdadero ser con adornos insulsos, sino con la dureza que la vida misma te ha obligado a tener, para sobrevivir, pero sólo es un escudo superficial, detrás del cual se esconde una inteligencia lúcida y múltiple.    Además tienes una habilidad de liderazgo innata, que sólo se manifiesta jugando LoL.   Basta observar cómo mangoneas a los cabros, para darse cuenta (por eso la imagen al comienzo de este “breve artículo”) y es inevitable honrar tu participación en el equipo.   Esas son cualidades que las perras NO tienen y, desde mi punto de vista como historiador, son más valiosas.
Realmente es un tonto el tipo que NO aprecia importantes talentos que saltan a la vista y podrían llevarte lejos en la vida.   Es para enojarse, pero estoy seguro otra persona agradecerá tal imbecilidad, porque sabrá valorarte y apoyarte en lo que decidas.


[1] Se trata de una Exposición retrospectiva de retratos femeninos españoles, que la sociedad de Amigos del Arte presentó en 1918.
[2] La Edad Moderna, de que tanto nos enorgullecemos, es hija –con sus ciencias, política y sus artes– del Renacimiento. Pero el Renacimiento es, a su vez, hijo de la cultura provenzal floreciente en el siglo XIII.  Ahora bien; esta cultura provenzal nace al amparo de unas cuantas mujeres geniales que inventan la ley de cortezia, primera ruptura con el espíritu ascético y eclesiástico de la Edad Media.   Nada califica mejor la incapacidad de nuestra época para entender la historia, como el olvido en que se tiene este hecho fundamental.   Conste, pues, que no son los ingenieros ni los profesores los que han iniciado el progreso con sus laboratorios y sus cátedras, sino unas damas floridas con las fiestas de sus salones, que entonces se llamaban cortes.   La bibliografía científica reciente en que esto se prueba y, en general, el desenvolvimiento ideológico del tema, podrá verse en un ensayo que preparo: De la cortesía o las buenas maneras.
[3] Mundo interior. Traducción libre del alemán.

sábado, 4 de noviembre de 2017

Estoy Condenado a Muerte




NO sé de qué moriré primero, si de aburrimiento o escupiendo mis pulmones.
El aburrimiento tiene la misma raíz que la inconstancia, tal como dijo Blaise Pascal: La consciencia de la futilidad de los propios actos.   ¿Cómo los actos pueden ser inútiles?   Muy fácil: La indiferencia patriarcal.   Siempre llega el momento en que todo ha fracasado, salvo el genocidio; en que todos los ideales han sido traicionados y son inútiles.   Cuando eso sucede, la sociedad, la Civilización cae como peso muerto, pues son los ideales los que mantienen en forma a los seres humanos, como decía el viejo Pepe.
De ahí que mi axioma básico sea aplicable a todo el Reality social: Mientras más se habla de algo, ese algo menos existe.   En este tema específico se declina de la siguiente manera: Mientras más se habla de la puta felicidad, menos felices podemos ser.
Resumen de Idea de la Felicidad, en el ensayo acerca de Pío Baroja del viejo Pepe: La Felicidad es la conversión de la potencialidad en acto.   Sólo es feliz un ser humano cuando puede verter su ser en el mundo circundante.   De ahí que la felicidad NO dependa del individuo, sino de la sociedad en que le tocó nacer.   Una sociedad que NO acepta lo que el ser humano tiene para dar, es una sociedad en la cual NO se puede ser feliz.   De ello nace la pregunta que muchos artistas han hecho de diferentes maneras: ¿Dios, por qué me hiciste artista en una sociedad totalmente impermeable al arte?
Esa pregunta puede reformularse por cada tipo de vocación sincera, profunda que tenga el ser humano.   Cuando niño, me dijeron que la vocación es el llamado que Dios hace directamente al alma de cada uno, puesto que ha dotado a cada alma de distintas capacidades: los famosos talentos del evangelio.   He ahí la causa de la absoluta infelicidad que nos aqueja a los seres individuados, usando el concepto jungiano.   Cuando eres “tú mismo”, por usar la jerga vulgar, ya no hay espacio para falsificaciones y todo lo social, por el sólo hecho de ser impersonal, es una abstracción que no corresponde con ser humano alguno, en específico, sino en general.   Como ser individuo es ser de una manera específica, adaptarse a los lugares comunes que constituyen toda vida social, es una íntima falsificación.   Como se ve, la falsificación es el movimiento contrario al descrito en La Felicidad.
La Felicidad consiste en ir de la interioridad a la exterioridad; la falsificación es hacer de la interioridad una exterioridad.   La felicidad es expresar; la falsificación es introyectar.   Para hacer de algo lo contrario, es necesario destruir lo primero para trasplantar lo segundo en el espacio ya vacío.   De ahí que haya una falsa felicidad, genérica, social.   El coyote viejo, Q.E.P.D., tiene algo que decirnos al respecto:
Yo creo que si el mundo de hoy es aterrador es porque se ha convertido, precisamente, en un terreno favorable al desarrollo de las utopías.   Por todas partes en el mundo brotan las multinacionales, organismos sin origen ni lugar, utopías sin futuro, a veces incluso sin razón de ser.   Un día fabrican golosinas, al día siguiente se transforman en compañías trasatlánticas, y, en el curso de una sola semana, invaden el mundo con trasatlánticos cargados de golosinas.   Algunas han sido creadas para hacer dinero, otras, como las fuerzas armadas de las Naciones Unidas, creadas para el socorro de civiles en determinadas circunstancias, trabajan a pérdida.   Algunas otras son esencialmente profilácticas.   Otras tantas, como la Iglesia, militan a favor del Bien.   Otras aún –como un cierto Hollywood– predican el Mal.   Todas son utópicas, todas creen que la felicidad es la orquestación de disposiciones plebiscitadas como buenas.   Para tales utopías, un hombre feliz es un hombre que se dice feliz y al que todos creen lo que dice.   ¿Por qué se le cree?   Porque su felicidad tiene causas explicables, como son la posesión de una camisa, el aroma de un perfume, el espectáculo de un incendio o el de una historia que le acaban de contar en imágenes.
Las reglas que gobiernan el cine (digamos, Hollywood) son idénticas al simulacro que es la vida en nuestros días.   Esta utopía acaba por reformular la idea de salvación, cuya versión más perfecta se halla en la aplicación de la teoría de conflicto central: mientras más sacrifique usted a la lógica narrativa o a la Energeia, más posibilidades tendrá de salvarse.   Reglas que han encontrado a menudo su inspiración en ciertos juegos venidos de la Grecia antigua, en los que predominaban el azar y el vértigo.   Incluso hemos resucitado juegos que habían caído en el olvido.   Juegos de resistencia al dolor –la prueba de la tortura– y juegos de sobrevivencia[1].   En esta Olimpiadas permanentes, los miembros de la Ciudad Ideal son azuzados sin cesar los unos contra los otros para un combate singular.   Cada movimiento, cada intención son objeto de evaluación.   Los otros, los no ciudadanos, la mayoría, vegetan como parias.
El mundo utópico no desemboca en la realización de tales o cuales aspiraciones humanas, sino en su desrrealización.   Es un mundo que ha vuelto irreal al hombre mismo.
Raúl Ruiz. Poética del cine.

¿Qué pasa cuando estas disposiciones plebiscitadas imperan?  Dejan de cuestionarse, se obedecen, es decir, se introyectan, haciendo de la vida un simulacro, algo que aparenta vivir.   Es decir, la vida, de ser la expresión de pensamientos y sentimientos verdaderamente propios, pasa a ser la mera repetición de un guión escrito por nadie y por todos a la vez, es decir, utópico y ucrónico, porque NO tiene espacio ni tiempo específicos.   NO se sabe de dónde vienen ni a dónde van.
Aburrimiento, Infelicidad e Inconstancia son la consecuencia lógica e inevitable de la falsificación de la vida personal debido a la internalización de un “guión de hierro” (expresión que usa Ruíz frecuentemente) social-impersonal que NO deja espacio a la improvisación personal (a dicho proceso Ortega lo llamaba socialización), haciendo imposible modificar la circunstancia de acuerdo a la verdad interior con que, supuestamente, Dios nos ha creado.   Por algo se tomó la molestia de crear almas individuales, ¿o es muy imbécil lo que estoy diciendo?
Se dirá que es imposible ser totalmente individual, único, dado que al serlo se perderá toda conexión con los otros seres humanos, lo cual tampoco es humano.   Es cierto, un cierto nivel de adaptación es imprescindible, como los puentes que conectan islas o las riveras de los ríos.   El lenguaje mismo es fruto de consensos sociales anteriores al nacimiento de cualquiera, porque lo encontramos hecho.   El problema surge cuando ese nivel de introyección de “lo social” (todo lo ya hecho, el pasado) NO deja espacio a la expresión de lo espontáneo, la verdad interna, la propia visión y emoción de la vida (el futuro).   Entonces deja de tener sentido Ser Humano.   Seguir ciegamente lo social es algo maquinal, animal.   Dicho de otra manera: ¿Para qué tener consciencia y discernimiento individual, si lo único que se debe hacer es obedecer?   Es como decir: Dios, ¿para qué hiciste seres humanos, si los robots son más eficientes?
Como digo en un poemirijilla: ¿Por qué Dios NO se contentó con las bacterias?
NO había necesidad de crear a los seres humanos.   Él solito se creó todos los problemas que tiene.   Con lo cual volvemos a una derivada de la Ley Luthor: Dios es omnipotente u omnisciente.   Si es omnisciente, sabía que se iba a meter en todos estos problemas, por lo tanto, NO debe quejarse de ello.   Esos arrebatos de ira y destrucciones de Mundos (Diluvio, Babel, Sodoma y Gomorra), muestran su Omnipotencia.
He logrado “desaburrirme” un rato, pero mi infelicidad es incurable y terminal.   Para ser feliz, la Humanoididad debería querer, con infusible pasión, ser Sabia y Zensible.   Sólo entonces, lo que soy, sería transferible a mi circunstancia, encontrando zentido mi ser.   En otros términos: habría homeostasis entre el elemento y el sistema.   Desde el momento en que la sociedad que me rodea NO está ni ahí con La Verdad ni La Belleza, sino sólo con la egoísta conveniencia material, es absolutamente imposible la aceptación del otro como legítimo otro, origen de lo humano, como dice Humberto Maturana.
La desgracia de nacer Poeta es que NO basta con que la sociedad lea y escriba poemas.   NO basta con que algunos vivan poéticamente, como dijo Henry Miller.   Es imprescindible que ser humano y ser poético sean uno y lo mismo, parafraseando a Heráclito d’Éfeso.


Una Perspectiva Confluyente


Pensar que me costó décadas reunir las palabras necesarias para expresar lo que siento (el artículo de más arriba) y la situación por la que acabo de pasar, es muy irónico.   Un místico sufí que conocí en el Valle del Elky me dijo hace 17 años: Cuando descubres algo, el Universo se encarga de entregarte la comprobación.
Hace un par de años compré el siguiente libro en la feria de las pulgas de la Avda. Argentina.   La crisis existencial que ha destrozado mi vida lo arrinconó en una caja, olvidándolo.   Recién hace unos días, ordenando las pocas cajas que quedaron después del saqueo a mi biblioteca, lo encontré y comencé a leer.   Era la señal de los tiempos por venir.   Con Uds. dejo la mejor parte de la introducción a un libro donde la Historia de la Ciencia y la Epistemología (dos de mis amantes) se revelan como la Terapia indispensable para sobrevivir al Colapso de la llamada Civilización Occidental.

La visión del mundo que predominó en Occidente hasta la víspera de la Revolución Científica fue la de un mundo encantado. Las rocas, los árboles, los ríos y las nubes eran contemplados como algo maravilloso y con vida, y los seres humanos se sentían a sus anchas en este ambiente. En breve, el cosmos era un lugar de pertenencia, de correspondencia. Un miembro de este cosmos participaba directamente en su drama, no era un observador alienado. Su destino personal estaba ligado al del cosmos y es esta relación la que daba significado a su vida[2]. Este tipo de conciencia –la que llamaremos en este libro “conciencia participativa”– involucra coalición o identificación con el ambiente, habla de una totalidad psíquica que hace mucho ha desaparecido de escena. La alquimia resulto ser en Occidente la última expresión de la conciencia participativa.
¿Qué significa, traducido en términos cotidianos, este desencantamiento[3]? Significa que el paisaje moderno se ha convertido en el escenario de la “administración masiva y violentamente desenfrenada”, un estado de cosas claramente percibido por el hombre corriente. La alienación y la futilidad que caracterizaron las percepciones de unos pocos intelectuales a comienzos de siglo han llegado a dominar, al final de este siglo, la conciencia del hombre común. La mayoría de los trabajos son idiotizantes, las relaciones vacías y transientes, la pista de la política absurda. En el vacío creado por el colapso de los valores tradicionales, tenemos algunas revitalizaciones evangélicas de tipo histérico, conversiones masivas a la Iglesia del Reverendo Moon, y un gran retraimiento hacia la evasión que ofrecen las drogas, la televisión y los tranquilizantes. También tenemos la búsqueda desesperada de terapia, en estos momentos una obsesión nacional, en la que millones de estadounidenses tratan de reconstruir sus vidas, sumidos en un sentimiento profundo de anonimato y desintegración cultural. Una época que tiene por norma la depresión es en verdad una época oscura y triste.
El estudio de Sennett y Cobb demostró que la noción de Marcuse de un consumidor inconsciente estaba completamente errada. El trabajador no compra bienes porque se identifica con el modo estadounidense de vida (The American Way of life), sino porque está angustiado y cree que esta angustia se pueda mitigar con los bienes materiales. El consumismo es visto paradójicamente como un modo de salida del sistema que lo ha dañado y que secretamente aborrece; es un modo de mantenerse libre de la garra emocional del sistema.
Sin embargo, el mantenerse libre del sistema no es una opción viable. A medida que el pensamiento tecnológico y burocrático invaden (sic) los rincones más profundos de nuestras mentes, la preservación de un espacio psíquico se ha tornado algo casi imposible. Los así llamados “candidatos de alto potencial” para posiciones ejecutivas en corporaciones estadounidenses han recibido generalmente un tipo de educación especializada superior en que se les enseña a comunicarse persuasivamente, a facilitar la interacción social, a leer el lenguaje corporal y otras cosas parecidas. Esta disposición mental es luego llevada a la esfera de las relaciones personales y sexuales. Uno aprende así, por ejemplo, cómo descartar amigos que puedan ser obstáculos en nuestra carrera y establecer nuevas relaciones que puedan ayudarnos en nuestro ascenso. La esposa del empleado también es evaluada como un riesgo o una ventaja en términos de su destreza diplomática. Y para la mayoría de los varones en las naciones industrializadas, el acto sexual en sí mismo se ha convertido literalmente en un proyecto, un asunto que consiste en utilizar las técnicas adecuadas para alcanzar la meta prescrita y así ganar la aprobación deseada. El placer y la intimidad se ven casi como un impedimento al acto. Pero una vez que el ethos de la técnica y de la administración han invadido las esferas de la sexualidad y la amistad, literalmente no dejan lugar donde esconderse. Así resulta que “el muy difundido clima de ansiedad y neurosis” en que estamos inmersos es inevitable.
Estos bosquejos del paisaje psicológico interno dejan al descubierto las maquinaciones del sistema. En un estudio que oficialmente trataba de la esquizofrenia, pero que en su mayor parte era un perfil de la psicopatología de lo cotidiano, R.D. Laing mostró cómo llega a dividirse la psiquis, creando falsos sí–mismos, en un intento de protegerse de estas manipulaciones. Si fuéramos a caracterizar nuestras relaciones habituales con otras personas, podríamos (como una primera aproximación), describirlas como están en la Figura1. Aquí tenemos al sí-mismo y al otro en una interacción directa, relacionándose con el otro de un modo inmediato. Como resultado, la percepción es real, la acción es significativa y el sí–mismo se siente corporalizado, vital (encantado).


Figura 1. Diagrama esquemático de la interacción sana según R.D. Laing (de Laing, El Yo Dividido).

Pero, como se insinúa claramente en la discusión de arriba, tal interacción casi nunca ocurre. Para nadie somos “enteros”, menos aún para nosotros mismos. Más bien nos promovemos en un mundo de roles sociales, de rituales interaccionales y juegos complejos que nos obligan a proteger el sí–mismo desarrollando lo que la Laing denomina el “falso sistema de sí–mismo” (false self system).


Figura 2. Diagrama esquemático de la interacción esquizoide según Laing (de El Yo Dividido).

En la figura 2, el sí–mismo se ha dividido en dos: el sí–mismo “interior” se retira de la interacción, permaneciendo como un observador científico mientras que el cuerpo –que ahora es percibido como falso o muerto (desencantado)– es el que se relaciona, en forma falsa o simulada, con el otro.
La percepción es, por lo tanto, irreal y la acción correspondientemente fútil. Como lo dice Laing, en el trabajo –y en el “amor”– nos retraemos hacía la fantasía y establecemos un falso sí–mismo (identificado con el cuerpo y sus acciones mecánicas), el cual ejecuta los rituales necesarios para que tengamos éxito en nuestras tareas. Este proceso comienza en algún momento del tercer año de vida, es reforzado en el jardín infantil y en los años de educación básica, sigue adelante hasta la grisácea realidad de la educación media, y finalmente se convierte en el destino diario de nuestra vida de trabajo. Todo el mundo, dice Laing – ejecutivos, médicos, camareros, o lo que sea –, representa roles, manipula, para evitar a su vez ser manipulado. El objetivo es la protección del sí–mismo, pero dado que el sí mismo está de hecho escindido de cualquier relación significativa, eventualmente se sofoca a medida que los seres humanos se distancian de los eventos de sus propias vidas. El ambiente se torna cada vez más irreal. A medida que este Proceso se acelera, el sí–mismo empieza a luchar consigo mismo y a recriminarse acerca de la culpa existencial que ha llegado a sentir, creándose así otra división. Nos atormenta nuestra falsedad, nuestro representar roles, nuestro huir del intento de llegar a ser lo que realmente somos o podríamos ser. A medida que aumenta la culpa, silenciamos las voces disidentes con drogas, alcohol, fútbol –cualquier cosa para evitar encarar la realidad de la situación. Cuando se agota esta auto–mistificación, o el efecto de las pastillas, quedamos aterrorizados por nuestra propia traición y por la vacuidad de nuestros “éxitos” manipulados.
Las estadísticas que reflejan esta condición, solamente en Estados Unidos, son tan nefastas que desafían una compresión. Hay actualmente una tasa significativa de suicidios en el grupo de niños que va de siete a diez años de edad y entre 1966 y 1976 los suicidios de adolescentes se triplicaron a casi treinta al día. Más de la mitad de los pacientes en los hospitales mentales estadounidenses son menores de veintiún años. Una evaluación de niños de nueve a once años en la Costa del Pacífico efectuada en 1977, mostró que casi la mitad de los niños eran consumidores habituales de alcohol y que un buen número de ellos llegaba regularmente a la escuela en estado de ebriedad. El Dr. Darold Treffert, del Instituto Mental de Wisconsin, observó que en la actualidad millones de niños y adultos jóvenes están aquejados de lo que describe como “un agudo sentido de vacuidad y una falta de significado en su vida, expresados no en un temor acerca de aquello que les pudiera ocurrir, sino más bien en un temor de que jamás les ocurra algo”. Las cifras oficiales del Gobierno entregadas durante 1971-1972, registraban que los Estados Unidos tiene cuatro millones de esquizofrénicos, cuatro millones de niños seriamente perturbados, nueve millones de alcohólicos, y diez millones de personas aquejadas de depresión severamente inhabilitante.
A comienzos de los años ’70 se informó que veinticinco millones de adultos estaban utilizando Valium; en 1980, la Administración de Alimentos y Drogas indicó que los estadounidenses estaban consumiendo 5 billones de tabletas de benzodiacepinas al año (el fármaco del “valium” y el “diazepam”). En “The Myth of the Hyperactive Child” (1975), Peter Schrag y Diane Divoky dicen que son cientos de miles los niños drogados diariamente en la escuela y una cuarta parte de la población femenina estadounidense del grupo entre los treinta y los sesenta años de edad, como Cosmopolitan, han publicado artículos donde se les aconseja a quienes padecen de depresión que hagan una visita a su Hospital Mental local para que se les administre tratamiento con psico–fármacos o con electro–shock, de modo que puedan retornar prontamente a sus trabajos. “La droga y el hospital mental” escribe un cientista político, “se han convertido en el aceite lubricante y la fabrica (sic) de repuestos indispensables para impedir el derrumbe total del motor humano”.
Si bien es cierto que estas cifras constituyen una expresión de lo que ocurre en Estados Unidos, ellas no son privativas de ese país.
Polonia y Rusia, por ejemplo, son líderes mundiales en el consumo de licor; las tasas de suicidio en Francia han estado aumentando progresivamente; en Alemania Occidental las tasas de suicidio se han duplicado entre 1966 y 1976. Las tasas de enfermedades mentales en Los Ángeles y Pittsburgh son arquetípicas y el “índice de miseria” ha estado subiendo progresivamente en Leningrado, Estocolmo, Milán, Frankfurt y en otras ciudades desde la mitad del siglo. Si Estados Unidos es la frontera del Gran Colapso, las demás naciones industrializadas no están muy atrás.
Es un postulado de este libro del que no estamos siendo testigos de un giro peculiar en las fortunas de la Europa y América de postguerra, ni de una aberración que podría relacionarse con problemas propios del siglo XX, como la inflación, la pérdida del imperio, y cosas por el estilo. Mas bien, estamos presenciando el resultado inevitable de una lógica que ya tiene varios siglos y que ahora, durante nuestras propias vidas, se ha convertido en la protagonista central. Me refiero a la ciencia. No estoy intentando decir que la ciencia es la causa de nuestro predicamento; la causalidad es un tipo de explicación histórica que yo encuentro particularmente poco convincente. Lo que estoy argumentando es que la visión científica del mundo es parte integral de la modernidad, de la sociedad masificada y de la situación descrita más arriba. Es nuestra conciencia, en las naciones industrializadas de Occidente – y únicamente éstas – y está íntimamente relacionada con el surgimiento de un estilo de vida que se ha estado desarrollando desde el Renacimiento hasta el presente. La ciencia y nuestro modo de vida se han reforzado mutuamente y es por esta razón que la visión científica del mundo está bajo un serio escrutinio, al mismo tiempo que las naciones industriales empiezan a evidenciar signos severos de tensión si no de una real desintegración.
EL REENCANTAMIENTO DEL MUNDO
MORRIS BERMAN. Editorial 4 Vientos Chile editorial 1987

Me impactó la coincidencia de ambos pensadores, tras siglos y miles de kilómetros de distancia, en la centralidad de la sensación de futilidad, de sin sentido de los propios actos como origen de la depresión.
¿Hay algo más destructivo para Ser Humano, que el saberse irrelevante?   Después dicen que las son las drogas las que destruyen la vida humana, cuando en realidad las drogas son tan sólo el paliativo, el anestésico a la destructiva sensación de inutilidad.
Se dirá: ¡Pero si estamos en la era de la utilidad!  Sí, la utilidad que el esclavo regala al sistema.   La utilidad de la que hablo es la de que cada acto personal sirva a la Causa de Humanizar, de Reencantar el Mundo (como sostiene Berman, entre otros).
Muchos intelectuales vienen diciendo, desde el siglo XIX que Occidente está en Crisis, desacralizado, enfermo mental y espiritualmente, en decadencia, etc.   Cada una de esos calificativos revela la perspectiva por la cual cada autor ha llegado a la percepción del estado actual del alma humana.
Hubo un tiempo en que había esperanzas en que ese cambio, el paso de la via antiqua a la via moderna, iba a servir para hacer más humana la sociedad, sin necesidad de esclavizarnos, de hacernos sufrir, de matarnos para que “las cosas funcionen”.   Después de varios siglos de seguir esa via, las esperanzas han desaparecido: El sistema patriarcal capitalista moderno lo único que ha hecho es deshumanizarnos, desacralizarnos como nunca antes en nuestra Historia.   Recordemos que Ahorakí tenemos el poder de extinguir la vida sobre el planeta, ¡varias veces!   Korea del Norte nos refrescó la memoria.
Recuerdo una frase de la divina Gabriela que viene al cayo: La Humanidad es todavía algo que hay que humanizar.
El Viejo Pepe NO cejaba en insistir que la piedra angular de dicho cambio es la SINCERIDAD.   ¡Bah, que extraño!   50 años después un biólogo shilensis, en las antípodas del filósofo hispano, también la declararía piedra angular de la terapéutica personal–social (Maturana).
Mi aporte para ello es una especificación de dicha actitud vital: Atrevámonos a criticar.
Como primera medida concreta (cliché político), dejemos de llevar la fiesta en paz.   Esa paz insincera ha vaciado nuestras vida en una farsa, una falsificación abyecta, que NO podemos ocultar a nuestra propia consciencia.   Cada uno sabe muy bien cuán farsantes, insinceros, hipócritas nos hemos vuelto, para simplemente sobrevivir.   De tanto sobrevivir, hemos perdido la vida.
Esa tristeza ontológica de NO poder llegar a ser quien debía ser, origen de la vacuidad de toda civilización, antiguamente llamada melancolía, es la depresión.   La enfermedad favorita de la modernidad globalizada.   NO soy el único que está muriendo de pena perpetua.


Es peor de lo que imaginas.

¡Paren las prensas!   También proveniente de una de las cajas, 1 último texto, que le ha puesto palabras a la sensación básica de mi inexistencia.

Las Causas de la Enfermedad
Para Byung–Chul Han[4], ya NO vivimos en la sociedad disciplinaria o del control, bajo las lógicas descritas por la biopolítica de Foucault.    Ahora nos situamos en una “sociedad del rendimiento”, donde cada no es su propio explotador, lanzado a la búsqueda del éxito, por medio de la vorágine híper–activa e híper –neurótica de la híper–información y la híper–conexión.   Ya no se necesita ejercer la represión heterónoma ni el control panóptico, porque la disciplina ha sido interiorizada.   La sociedad del rendimiento es la cultura de la autoexplotación.   Nos disciplinamos a nosotros mismos, y la violencia, inherente al sistema neoliberal, ya no ataca desde fuera del propio individuo.   Lo hace desde dentro y estalla bajo la forma de cáncer, depresión, o trastornos por déficit de atención con hiperactividad o por el trastorno límite de la personalidad.
En la política ha ocurrido exactamente lo mismo que en resto de la sociedad.   Si el “triunfo” o la “autorrealización” es un fin en sí mismo, su el rendimiento (económico, político, laboral) lo justifica todo, nada importa a la hora de alcanzarlo, aunque implique vaciar de sentido los compromisos fundantes y la vocación primordial.   Besar la mano del yerno de Pinochet, hacer negocios desde la oficina ministerial o aceptar aportes reservados de las empresas que se deben regular, todo puede ser si colabora a la meta de la “productividad” y la “optimización personal”.   Lo que ayer se hubiera percibido como aberrante, ahora se transforma en una práctica aséptica, que no despierta en la piel la más mínima alergia moral.   El mal se interioriza, y a esclavitud ya no está impuesta por el miedo o por la fuerza.   Así, hasta el ejecutivo mejor pagado trabaja como un cautivo, y el político más poderoso puede optar por el sometimiento voluntario a un amo intangible, que radica en su propio ego, y que le exige la autoexplotación voluntaria hasta la extenuación.
La sociedad disciplinaria y del control estaba marcada por la negación y la prohibición, y las cercas y los muros eran barreras claras e indiscutibles.   En cambio, la sociedad del rendimiento es la cultura del “piensa positivo”, del trabajo 24/7, de la sobre–exposición, de la vida como espectáculo[5], de la “transparencia” como paliativo y analgésico a la falta crónica de confianza.   La vieja negatividad se ha convertido en exceso de positividad.   Si antes todo era control normativo, ahora todo es abierta incapacidad para pronuncia la palabra “NO”.   El trabajador ideal es el que vive con su celular prendido día y noche y nunca toma vacaciones.   De la misma forma el político perfecto es el que dice sí a todo y a todos, pero no se define en nada, sino que acepta como natural todo lo que la realidad le impone en su facticidad.   “A la sociedad disciplinaria todavía le rige el NO.   Su negatividad genera locos y criminales.   La sociedad de rendimiento, por el contrario, produce depresivos y fracasados (…)  La positividad del poder es mucho más eficiente que la negatividad del deber[6].
Por Álvaro Ramis. Le monde diplomatique. Agosto 2015.

Y yo que me preguntaba por qué esta sensación de íntimo fracaso y esta depresión inhabilitante.
Nadie está abierto a la verdad, eso sería romper el espejismo en que se ha convertido la sociedad.



As.Co. Enrique Antonio Mena Caviedes
Q. E. P. D.
(Espacio de libre disposición para comentarios)






[1] El coyote viejo escribió esto mucho antes que existieran los “realitys”, siendo su confirmación ex post.   Nota del transcriptor.
[2] Nota del transcriptor: Recordemos la “liturgia” franciscana de la hermandad cósmica con todo lo creado por Dios.
[3] Nota del transcriptor: Desacralización la llama Mircea Eliade en “Das Heilige und das profane” (Lo Sagrado y lo Profano).
[4]  Autor coreano–alemán del best seller La Sociedad del Cansancio. Herder. Madrid. 2012.
[5] Nota del transcriptor: Recordemos los esquemas de las interacciones sanas y esquizoide de más arriba.
También recomiendo leer La Sociedad del Espectáculo, de Guy Debord.
[6] Byung–Chul Han, La Sociedad del Cansancio. Herder. Madrid. 2012. Página 27.